NARCISO. Corría y corría siempre hacia los escaparates convencido
de su atractivo. Estaba enamorado de su imagen desde el amanecer de su vida. Cuando
se hizo mayor, su padre lo llevaba atado con una correa al sacarlo de paseo. Aún
así, el hombre debía andar con precaución para que no le salpicaran los
cristales porque el chaval se estampaba contra todos los espejos.
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