EL REGRESO
Desde que murió mi madre, la palabra
Navidad me escocía en los ojos, me taponaba los oídos, se me ahogaba en la boca.
Ella venía a acompañarme cada 24 de diciembre a la residencia donde fui
ingresado al quedarme parapléjico y se quedaba conmigo toda la noche, hasta que
me dormía. Por deferencia de la directora, era la única noche del año en la que
dormía acompañado. Al amanecer el día 25, ya estaba mamá despierta y me había
subido un desayuno especial, con permiso del personal del centro.
Después de su fallecimiento, han
pasado siete años durante los cuales el silencio me ha taladrado las sienes
durante la Navidad. El único consuelo han sido los sueños vaporosos que he
tenido en estas fechas. Ella volvía a verme, pero no podía tocarme, y las palabras
que decía eran inaudibles para mí.
Hoy estoy de suerte. Mi hermano
mayor ha regresado de América después de muchos años de ausencia. Estoy en su
casa y le he contado esto. Mis ojos y los suyos son más hermosos que nunca
porque nuestras lágrimas tienen el aroma ausente de nuestra querida madre.
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