SINCERIDAD
Mientras fui director de la empresa,
desde dos semanas antes de las fiestas de Navidad, incluso tres, comenzaban a
llegarme felicitaciones y saludos de todas partes. Algunos mensajes los recibía
en mi domicilio. Eran sumamente elogiosos, la mayor parte en exceso, hasta el
punto de provocarme vergüenza ajena. Nunca me ha gustado la lisonja gratuita. Todas
las tarjetas venían firmadas, de forma que la pretendida gratuidad era
ilusoria. Yo giraba la vista con un rictus de sarcasmo cuando las leía.
El pasado verano tuve un
enfrentamiento con el dueño de la empresa y me despidió. Fue un cese
fulminante. De la noche a la mañana desaparecí del mapa. Nadie movió un dedo ni
dijo una palabra. Estoy en el paro, a la espera de algo, pero a mi edad es
difícil conseguir un puesto directivo.
Contrastando con el silencio de
meses que siguió a mi cese, he comenzado a recibir mensajes navideños. La gente
conoce mi dirección o la ha averiguado. Son pocos, pero elocuentes: fríos, tópicos,
rutinarios… algunos incluso irónicos o directamente crueles. Ninguno de estos últimos
viene firmado. El anonimato es el parapeto de la cobardía. Respiro cada vez que
leo uno, me miro al espejo y sonrío. No hay nada como la sinceridad de los
amigos.
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