ONDAS
Tuve un amigo del alma en
México, un lugar ideal para los amigos del alma, durante y después de la vida.
Mi compadre, un hombre extremadamente honesto, curioso y atento a la marcha del
mundo, pero muy impulsivo, era aficionado a escuchar los debates
televisivos. Cuando intervenía determinado sujeto, de carácter abrupto y
palabra torpe, se ponía cabeza abajo ante el televisor para que las palabras
del infausto periodista le entraran por los oídos en sentido contrario. Al
mismo tiempo, se quitaba las gafas y se las colocaba del revés, unas veces volteándolas
y otras invirtiendo el orden de los cristales –el derecho a la izquierda y el
izquierdo a la derecha– para deformar la imagen del tertuliano, cuyas opiniones
le irritaban profundamente. Empeoró la salud de mi amigo con tantas
alteraciones, de cuerpo y de espíritu, y acabó falleciendo. Decidimos entonces enterrarlo cabeza abajo
para que, en un acceso de ira, no levantara la cabeza al escuchar en lontananza
las majaderías del tertuliano abrupto. Las ondas electromagnéticas no respetan fronteras.
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