No soy un industrial olivarero ni poseo una empresa oleícola,
he de advertirlo. Estoy jubilado, pero tengo una pequeña almazara para uso familiar. Eso me
permite un regalo de lujo para mis olivos: no varearlos, sino recoger sus aceitunas a mano, de una en una, a medida que van madurando. Nadie se lo va a
creer, no tiene importancia el aunto salvo para mí, pero yo capto algo especial al
cogerlas, como si agradeciesen la caricia de mis manos. O tal vez son mis manos las que reciben las caricias de las olivas.
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