Vaya, cómo han cambiado las
cosas. Hace tres años les propuse a los miembros del Concejo que se cedieran cuatro
viviendas con sus corrales para que vinieran cuatro familias norteafricanas a
instalarse en el pueblo. Eran gente de origen rural, con papeles, que malvivían
en Madrid, con un total de nueve niños en edad escolar, más dos bebés. Estaban
dispuestos a trabajar los campos en barbecho, que abundan aquí. Me dijeron que
nanay, que no quería complicaciones con extranjeros de dudoso comportamiento y de
religión extraña. Les respondí que a ese paso el pueblo iba a desaparecer.
Ahora, parece que la crisis
de la pandemia, durante la que han muerto cuatro ancianos y han venido a
instalarse en el pueblo dos familias españolas con niños, cada una con un hijo,
les ha hecho reconsiderar la situación a los del Concejo. Me dicen que sí, que
puedo retomar el proyecto. Evidentemente, lo haré. Es mi pueblo, se reabrirá la
escuela y tendremos un maestro para los diez chavales, porque uno de los niños
madrileños es todavía un bebé. Incluso estoy en tratos con una joven pareja
senegalesa dispuesta a venir aquí para siempre. Aún no tienen hijos, pero al
tiempo.
Y nada, que el futuro de este
país, tanto en las ciudades como en los pueblos, sobre todo en estos últimos,
será mestizo o no será.
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