Disonancias,
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LOS
MISIONEROS DEL CAPITALISMO
Francisco Javier Aguirre
El pasado fin de
semana se ha representado en el Teatro del Mercado, de Zaragoza, la obra ‘Antílopes’,
del escritor noruego Henning Mankell, que denuncia una práctica bastante común hoy. Durante
la segunda mitad del siglo XX y la primera década del presente, el parapeto del
capitalismo para sacar rendimiento a los países subdesarrollados, sobre todo a
los centroafricanos, han sido y siguen siendo las ‘misiones’ de ayuda técnica a
dichos enclaves. ‘Antílopes’ es un alegato contra esta práctica, que cuenta con
apoyo legal y económico de los países desarrollados, y hasta puede realizarse
enmascarada bajo la bandera de alguna ONG. Estas organizaciones nacen
generalmente con una intención loable, pero corren el riesgo de pervertir sus
objetivos iniciales y convertirse en simples argucias del capitalismo imperante
en sus lugares de origen.
‘Antílopes’ relata un
caso concreto: un matrimonio de expertos que lleva varios años en África –11 o 14,
ni siquiera se ponen de acuerdo–, muestra sus desavenencias e incluso sus
miserias íntimas cuando están a punto de ser sustituidos por un cooperante más
joven. En realidad no saben si han ido a ‘ayudar a vivir o a morir’ a los
nativos, como confiesa el protagonista masculino. Entre los abusos cometidos
por el ingeniero dedicado a construir pozos para el agua potable –3 éxitos
entre 40 intentos– destaca la pederastia fotográfica –y quizá algo más– con
niñas inocentes. Hay también xenofobia, alcoholismo y mala gestión, lo que
origina un clima tenso, lleno de miedos y sospechas.
El alegato contra
estos ‘misioneros’ del capitalismo se cierra con una amenaza de continuidad en
la persona que va a reemplazarles. Un joven impulsivo, desconfiado y puntilloso
descubre de modo inequívoco sus aviesas intenciones en la escena final de la
obra.
El espectáculo de
Producciones Off Madrid, interpretado por Pepa Sarsa, Abel Vitón y Jorge del
Río, bajo la dirección de Luis Maluenda, deja una sensación amarga. Aunque no
se pueda generalizar, el espectador alimenta la sospecha de que estos ‘embajadores’
del progreso representan una filosofía de la ayuda al desarrollo común en los
países capitalistas que, superada ya la etapa del colonialismo descarado,
siguen operando de manera solapada aprovechando la situación caótica que en
muchos países dejaron las propias metrópolis a mediados del siglo XX, tras la
última descolonización. Un rosario de expolios, abusos, atropellos e
injusticias que se mantienen en buena medida en los lugares sometidos todavía a
los intereses y negocios inconfesables de las grandes potencias.
En la representación es significativa la presencia
invisible de tres personajes africanos, sin voz, ni voto, ni significado. Los
tres europeos los tienen a su servicio, pero los desprecian y los temen. El
montaje en un solo escenario refleja claramente la cápsula aislada en la que
viven los ‘benefactores’, una vida de burbuja en medio del caos y la miseria.
Los actores cumplieron sus papeles de modo suficiente, con pequeñas
inseguridades y algunos atisbos de sobreactuación.
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