Disonancias,
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UNA MANADA DE LOBOS
Francisco Javier Aguirre
Dicen los expertos que
los lobos suelen actuar en manada y que combaten entre ellos psicológicamente,
más que de forma cruenta. Normal. Al fin y al cabo son animales, no bestias
feroces. Como ocurre con los humanos, entre quienes hay más animales que
bestias despiadadas, afortunadamente. Cuando los humanos actúan en manada, es
frecuente que se ataquen como lobos. Ya lo sentenció el comediógrafo Plauto y
lo universalizó Hobbes recurriendo al lenguaje clásico: ‘Homo homini lupus’.
Los dramaturgos
recurren y recrean continuamente los pensamientos de sus antecesores para
expresar situaciones que varían poco en el tiempo. En la creación literaria, de
la que forma parte el teatro, todos los grandes temas han sido abordados desde
antiguo; pero no dejan de ser apasionantes los nuevos modos de contar.
Aunque la obra de de Liliam
Hellman titulada ‘The Little Foxes’ fue escrita en 1939, la situación que
plantea es absolutamente transferible al mundo de hoy. Se ha traducido como ‘La
loba’ porque hacerlo más literalmente como ‘Las zorritas’ o ‘La zorra’ tendría
connotaciones equívocas en nuestra cultura. Al margen de esa modificación, la
versión que se ha ofrecido durante el pasado fin de semana en el Teatro
Principal de Zaragoza respeta el texto de la autora norteamericana, conocida
por su activismo social contra el sistema capitalista que ha acabado por
imponerse tanto en su país como en el resto del mundo, con muy pocas
excepciones.
El drama, con esporádicas
situaciones cómicas, describe el feroz combate por el dinero y el poder en el
seno de una familia de negociantes venidos a más en una pequeña ciudad de
Alabama, al sur de los Estados Unidos, a finales del siglo XIX. Una mezcla explosiva
de codicia, insidias, mentiras y traiciones enfrenta a los hermanos Hubbard,
dispuestos a destrozarse entre sí con tal de alcanzar sus objetivos. Entre
ellos, Regina, la hermana mayor caracterizada en la obra como La Loba, es el paradigma de la manipulación y la astucia.
Desprovista de todo sentido ético, deja incluso morir a su marido para
conseguir las vanas ilusiones que ha acariciado durante toda su vida.
El dominio progresivo
de una nueva clase social enfocada en el lucro a cualquier precio, con una
filosofía basada en la especulación como principal recurso financiero, ha dado
como resultado la situación social que hoy se padece en nuestro país y en
muchos de nuestro entorno. No digamos nada si enfocamos la mirada hacia los
llamados eufemísticamente ‘en vías de desarrollo’. La obra es un alegato en
toda regla contra esta lacra que seguirá ahogando a nuestra sociedad, vanamente
empeñada en volver a las andadas.
Pero hablemos de
teatro. El montaje de Gerardo Vera no alude a la situación actual. Ha preferido
quedarse en un historicismo riguroso y ha ambientado la obra en el tiempo y
espacio diseñados por la autora. La escenografía es magnífica, a la vieja
usanza, rechazando el funcionalismo y el reduccionismo a los que se han plegado
otros directores contemporáneos. La caracterización de los personajes, el
vestuario, la iluminación, la música y el resto de los elementos escenográficos
responden a un patrón clásico, sin prescindir de las posibilidades tecnológicas
actuales en cuanto a la utilización del video, por ejemplo, para expresar la
transición temporal.
El elenco de actores es
extraordinario. Encabezado por Nuria Espert, magnífica en conjunto pero con
algunos síntomas de cansancio al final –no en vano camina hacia los 78 años y
su papel es de gran intensidad–, cuenta con la participación del actor aragonés
Ricardo Joven, a un gran nivel, al igual que el resto de sus compañeros de
reparto.
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