LA ESCUELA DE LOS VICIOS. Crónica Teatral
Francisco de Quevedo es
un río caudaloso, cuando no un torrente impetuoso, que proporciona temas,
personajes y argumentos para cualquier construcción dramática. Es lo que ha
hecho la compañía Morfeo Teatro que este fin de semana ha presentado en el
zaragozano Teatro de las Esquinas un montaje basado en sonetos, sátiras y
discursos políticos del considerado uno de los genios del Siglo de Oro español.
Mayte Bona, Felipe
Santiago y Francisco Negro, bajo la dirección de este último, autor asimismo de
la dramaturgia, y con un sugerente vestuario diseñado por la propia Mayte, han
construido una pieza paródica, irónica, festiva y hasta cínica basándose en los
textos de Quevedo. (Aunque sea entre paréntesis, hay que recordar que don
Francisco contrajo matrimonio en 1634 con doña Esperanza de Mendoza en la villa
zaragozana de Cetina, donde sin duda pudo inspirarse para crear algunos de sus
personajes).
Pero volviendo a la
representación que Morfeo Teatro titula LA ESCUELA DE LOS VICIOS hay que
subrayar la excelencia de los actores, los tres avezados en el verso y la
comedia, con Mayte Bona llevando la batuta del espectáculo en su papel de
Diablo Cojuelo, tentador de los caballeros Muñoz y Mendoza, necios y hasta
petimetres, que intentan aprovechar las enseñanzas del maligno para alcanzar
los títulos de Bachiller en mentir, Licenciado en engañar, Doctor en robar y
Catedrático en medrar. Llegarán a ser nombrados Ministro y Magistrado
respectivamente, aunque el diablo tiene un último propósito, porque él mismo se
atribuirá el oficio de Banquero.
Cuando confluyen los aprendizajes
y se establecen los destinos de cada cual, la obra alcanza su máximo grado de
tensión interpretativa, al mismo tiempo que deja patente el espíritu subversivo
del texto, subrayado por los compases iniciales del pasodoble La España cañí (del maestro aragonés
Pascual Marquina), a cuyo ritmo danzan los personajes. Mención especial a la
interpretación de los actores, porque no es fácil que el verso clásico fluya
con la seguridad que los tres muestran.
Los propios creadores de
la obra advierten que “este espectáculo, como buena farsa, es políticamente
incorrecto, tiene una alta dosis de inquina, es hiriente, cáustico y por ende
provoca risa inteligente (mérito en su mayor parte del autor), por lo que puede
desaconsejarse su ingesta a públicos con mentalidad ultraconservadora, o que
vayan al teatro sólo a pasar un buen rato y no pensar”.
Francisco
Javier Aguirre
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