sábado, 3 de diciembre de 2022

LA ESCUELA DE LOS VICIOS. Crónica Teatral

 

LA ESCUELA DE LOS VICIOS.  Crónica Teatral


Francisco de Quevedo es un río caudaloso, cuando no un torrente impetuoso, que proporciona temas, personajes y argumentos para cualquier construcción dramática. Es lo que ha hecho la compañía Morfeo Teatro que este fin de semana ha presentado en el zaragozano Teatro de las Esquinas un montaje basado en sonetos, sátiras y discursos políticos del considerado uno de los genios del Siglo de Oro español.

Mayte Bona, Felipe Santiago y Francisco Negro, bajo la dirección de este último, autor asimismo de la dramaturgia, y con un sugerente vestuario diseñado por la propia Mayte, han construido una pieza paródica, irónica, festiva y hasta cínica basándose en los textos de Quevedo. (Aunque sea entre paréntesis, hay que recordar que don Francisco contrajo matrimonio en 1634 con doña Esperanza de Mendoza en la villa zaragozana de Cetina, donde sin duda pudo inspirarse para crear algunos de sus personajes).

Pero volviendo a la representación que Morfeo Teatro titula LA ESCUELA DE LOS VICIOS hay que subrayar la excelencia de los actores, los tres avezados en el verso y la comedia, con Mayte Bona llevando la batuta del espectáculo en su papel de Diablo Cojuelo, tentador de los caballeros Muñoz y Mendoza, necios y hasta petimetres, que intentan aprovechar las enseñanzas del maligno para alcanzar los títulos de Bachiller en mentir, Licenciado en engañar, Doctor en robar y Catedrático en medrar. Llegarán a ser nombrados Ministro y Magistrado respectivamente, aunque el diablo tiene un último propósito, porque él mismo se atribuirá el oficio de Banquero.

Cuando confluyen los aprendizajes y se establecen los destinos de cada cual, la obra alcanza su máximo grado de tensión interpretativa, al mismo tiempo que deja patente el espíritu subversivo del texto, subrayado por los compases iniciales del pasodoble La España cañí (del maestro aragonés Pascual Marquina), a cuyo ritmo danzan los personajes. Mención especial a la interpretación de los actores, porque no es fácil que el verso clásico fluya con la seguridad que los tres muestran.

Los propios creadores de la obra advierten que “este espectáculo, como buena farsa, es políticamente incorrecto, tiene una alta dosis de inquina, es hiriente, cáustico y por ende provoca risa inteligente (mérito en su mayor parte del autor), por lo que puede desaconsejarse su ingesta a públicos con mentalidad ultraconservadora, o que vayan al teatro sólo a pasar un buen rato y no pensar”.

 

Francisco Javier Aguirre


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