LA RIDÍCULA IDEA DE NO
VOLVER A VERTE. Crónica Teatral
La muerte es un episodio de la vida. Una verdad de Perogrullo. Desde que nacemos somos unos moribundos, en el sentido lato del término. Cuando se vive en pareja, la muerte de uno de los dos puede ser una tragedia o una liberación. Todos podemos conocer casos próximos.
En la versión dramática de la novela de Rosa Montero ‘La ridícula idea de no volver a verte’ que ha realizado Alfonso Desentre y que la compañía Teatro Imaginario estrenó el pasado jueves, 2 de febrero, en el Teatro del Mercado, bajo la dirección del propio Desentre, parecen reflejarse ambas actitudes. Una viuda reciente, trasunto de la propia autora de la novela, rememora las breves páginas autobiográficas escritas por Marie Curie en 1906 cuando repentinamente perdió a su marido Pierre, víctima de un accidente de tránsito.
María José Moreno es esa viuda reciente, cuyo vestido rojo es todo un síntoma en contraste con el riguroso negro de María José Pardo, que pronto aparece en escena representando a Marie Curie. Claro que entre una viudez y otra ha transcurrido un siglo y los protocolos indumentarios han variado por completo.
Pero el contraste es más profundo y radica en el sentimiento que cada una de ellas expresa. Para la investigadora polaca, universalmente conocida por ser la primera mujer en obtener un premio Nobel, y también la única que ha conseguido dos en el ámbito científico, la desaparición de su marido es una tragedia sin paliativos. Para la escritora que expresa sus sentimientos de soledad, la situación no parece tan grave. El hecho de que su matrimonio se haya celebrado casi ‘in artículo mortis’ tras una convivencia bastante larga, da idea de la diferencia entre las dos situaciones de viudedad, exteriormente paralelas.
La adaptación de Desentre alcanza pronto su clímax al contraponer las actitudes de ambas mujeres. Mediada la función, se aprecia un descenso de la tensión dramática, que retoma altura al final de la obra, cuando se impone un cierto sentido lúdico de la situación que desemboca en un baile muy significativo, no solo por la danza en sí, sino también porque el riguroso negro de María Curie y su pelo recogido han quedado transformados en una túnica blanca con la melena suelta.
Este proceso emocional, con un final, si no feliz al menos positivo, porque la vida sigue y hay que disfrutarla, es el mensaje de una pieza dramática que ambas actrices interpretan con una impecable, aunque contrapuesta, simetría.
Francisco Javier Aguirre
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