AMANECER
Estás ahí,
en el reverso de mi frente, para que no puedas leer mis pensamientos cuando
miras a través de tus dudas. Si lo hicieras, se desvanecería cualquier
esperanza, se apoderaría de ti el recelo que te acecha. También mis ojos
navegan en la niebla. Cuando tropiezas con ellos, no te quieren conocer.
Aspiran a que tus sospechas se disuelvan en la penumbra del crepúsculo, cuando anochece.
Consiguen para ti de esta manera un descanso posible. Al despertar, el beso de
la aurora deshace los fantasmas del miedo nocturno. Me ves junto a ti,
imperturbable, conocedor de la fuerza del sosiego, esclavo de la quietud que
purifica, guardián del aliento que va a inundar tus pulmones de fuego redentor.
Un día me dijiste que no eras capaz de vivir sola. Desde antes de entonces lo
sabía, desde que te conocí adiviné el sendero que debíamos recorrer juntos para
superar nuestra mutua flaqueza. Aquí estamos, yo sembrando nuestro predio y tú
recogiendo la cosecha. Lo hemos conseguido.
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