LA ISLA DEL AIRE. Crónica Teatral
Se
estrenó en el Teatro Principal de Zaragoza, el jueves día 22, la versión
teatral de la novela de Alejandro Palomas titulada ‘La isla del aire’.
El
gran atractivo de la puesta en escena se apoyaba en dos nombres propios: Nuria Espert
y Mario Gas, protagonista y director de la versión, respectivamente.
La
historia ha tenido ya anteriores tránsitos por los escenarios, como el que se
produjo hace cuatro años bajo la dirección de Jorge Torres y el protagonismo de
Ana Ibáñez, que al parecer resultó fallido.
En
esta ocasión, la traslación prácticamente textual del texto de Palomas, un
tanto inane y reiterativo, se sostiene básicamente por la genial actuación de
Nuria Espert que a sus 88 años es el estandarte máximo del elenco actoral
femenino en nuestro país todavía en ejercicio, compartido con Lola Herrera que alcanzará
idéntica edad en breve, y a quien pudimos disfrutar en el mismo escenario en la
obra ‘Adictos’, de Daniel Dicenta y Juanma Gómez, hace unos meses.
Volvamos
a ‘La isla del aire’. La contribución de las restantes actrices es irregular,
siendo notable la de Vicky Peña en el papel de Lía. El argumento entra en bucle
utilizando la misandria como recurso y recurriendo a la dramática desaparición
de la hija mayor de Lía, Helena, ahogada en el mar, para mantener cierta
tensión argumental.
La confesión de secretos
alternativamente entre la abuela Mencía (Nuria
Espert) y su nieta Beatriz
(Miranda Gas), segunda hija de Lía, abandonada por su marido, no añade especial atractivo a la trama.
Además
del protagonismo actoral de Nuria Espert, en una muy probable despedida de las
tablas, hay que valorar la excelente escenografía de Sebastià Brosa, así como la dirección de Mario Gas que utiliza con
precisión los recursos videográficos que la actual tecnología proporciona.
Discreta
la actuación del resto de las actrices, con papeles poco relevantes, aunque
reiterando hasta la saciedad su victimismo respecto a los hombres con los que
se han casado o convivido, su dependencia de la tiranía y su resignación a
soportar las contradicciones de la abuela Mencía porque ‘pertenece a otra época’.
Francisco
Javier Aguirre
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