LA CASA DE BERNARDA ALBA. Crónica Teatral
Por mucho pan, nunca mal año, dice el
proverbio. La obra de García Lorca es siempre mucho pan, pero nunca satura.
Cada vez que uno vuelve a un poemario suyo, o a una de sus obras dramáticas,
encuentra nuevos perfiles, nuevas perspectivas, nuevas sugerencias, nuevos
puntos de reflexión. En este caso se trata de ‘La casa de Bernarda Alba’ que El
Tejo Producciones, empresa dedicada a fusionar la producción audiovisual y las
artes escénicas, procedente de Cantabria, ha ofrecido en el zaragozano Teatro
de las Esquinas, en única sesión, el miércoles 25 de enero, bajo la dirección
de Anabel Díez.
Desde su estreno mundial, ocurrido casi
simultáneamente en Buenos Aires y París en 1945, y tras el habido en España en
1950, se han sucedido más de una docena de representaciones de la obra en
nuestro país y otras tantas en el extranjero, en diferentes lenguas, lo que da
idea de la trascendencia de este drama. También existen al menos cuatro películas
inspiradas en él.
García Lorca es interminable. Y la pieza
escrita en 1936 es de una modernidad aplastante, a pesar de su trasfondo
costumbrista. Las cinco hijas de Bernarda, ella misma, su madre
demenciada y la sirvienta componen un cuadro social y emocional de alto voltaje
que moviliza temas eternos. Aunque no aparezca en escena, todo lo inunda una
figura masculina, Pepe el Romano, simbolizado, en la versión de El Tejo, por un
fogoso caballo que aparece en varias escenas visuales. Porque uno de los
aciertos del montaje consiste en haber acertado con la simbiosis entre la
presencia física de las actrices y la imagen grabada, que mediada la
representación sustituye incluso una de las escenas, la de la comida familiar.
La función fue particularmente interesante tanto
por el uso de esas técnicas como por el esquematismo escénico, reducido a las
cuatro sillas que llenan un espacio vacío, representación simbólica del rigor
vital que Bernarda impone a sus cinco hijas: un luto de ocho años tras la
muerte de su segundo marido, que únicamente será interrumpido por la anunciada
boda de la hija mayor, Angustias, con Pepe el Romano, personaje clave en el
conflicto.
La imagen del caballo personificando al varón es
un acierto del montaje, lo mismo que el inicio y el final del drama que
retratan en la pantalla los entierros del marido de Bernarda y de su hija menor,
tras haberse ahorcado al creer muerto a su amante, una imagen muy bien lograda
visualmente.
Hay una leve banda sonora compuesta por tañidos
de campana y rumor de jadeos pasionales en el patio de la casa, amparados por
la nocturnidad, que culminan con el enfrentamiento entre las hermanas, sobre
todo entre la mayor, Angustias, destinada a casarse con Pepe el Romano, por simple
interés, y la menor, Adela, loca por él.
El papel de Bernarda, interpretado por Pilar
García Solar, sobresale sobre el resto, que se desenvuelve en un plano actoral
más plano, salvadas las dos apariciones de la abuela que ponen un punto de
jolgorio y distensión en medio del drama permanente. La figura del hombre como supuesto
dominador a todos los efectos, desde la paternidad hasta el matrimonio, es una
de las constantes en la obra, que refleja una situación mantenida a lo largo de
los siglos, aunque en la actualidad se hayan dado algunos pasos a favor de la
liberación de la mujer. Incluso de quienes son como Bernarda, prisionera de sus
propios demonios. Aunque considerando el asunto en toda su profundidad, podamos
decir que es más el ruido que las nueces.
Francisco Javier Aguirre
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