TERCER CUERPO. Crónica Teatral
El espectáculo de creación de Claudio Tolcachir,
titulado ‘Tercer cuerpo’, que se presentó el jueves, día 4, en el Teatro
Principal, escapa a las coordenadas habituales de una pieza teatral, puesto que
discurre de una forma líquida. Es como si llenáramos de agua un receptáculo con
diferentes compartimentos y fuéramos haciendo circular el líquido elemento entre
los mismos. Estos rincones son inicialmente una oficina destartalada, una
consulta médica, un bar, un apartamento y, simbólicamente, el reflejo de la
caótica realidad en la que se desenvuelven los personajes.
De manera que se trata más bien de un estudio
psicológico de cada uno de ellos, con trasfondo surrealista, que de una
narración de sus avatares. La escenografía y la ambientación son muy propicias
para este batiburrillo de situaciones, que se producen simultáneamente aunque
estén desconectadas entre sí. Los intérpretes interactúan en medio del
vacío existencial que les acecha por todas partes.
El espectador queda sorprendido porque se le
propone organizar este rompecabezas, así como descifrar las imágenes de una
especie de caleidoscopio. El trasfondo de todo, como en multitud de ocasiones, es
el amor y el desamor, utilizando la impostación de situaciones en las que
operan la mentira, el transformismo y las contradicciones para dar forma a lo
que en muchos casos es un simple espejismo.
El título ‘Tercer cuerpo’ tal vez pueda aludir
a que existe un primer cuerpo, el personal, un segundo cuerpo, el ajeno, y un
tercero que consiste en la comunicación entre ambos. El propio
Tolcachir define así la esencia de los cinco personajes de la historia: “Muchas
veces sentí que yo no estaba preparado, que no era lo suficientemente maduro para
afrontar los desafíos más simples de la vida. Como si todos los demás hubieran
recibido un manual de instrucciones que a mí no me llegó. La incapacidad
absoluta como sello de fábrica y, sin embargo, un deseo enorme de vivir.
Torpemente, equivocadamente pero al menos intentándolo”.
Gran
despliegue actoral de Carmen Ruiz, distendiendo con su comicidad las
situaciones más tensas, brillante el de Natalia Verbeke, con su aspiración a la
maternidad, y un tanto apagado el de Nuria Herrero, que poco a poco se anima. Los
dos varones cumplen, tanto Carlos Blanco como Gerardo Otero, aunque el último
aparece un tanto desdibujado.
La
caótica acción se centra y encumbra en el momento en que Héctor, a quien interpreta
Carlos Blanco, ya mediada la obra, decide escribir una necrológica a su
madre recién fallecida, en la que intervienen sus colegas de manera determinante.
Francisco
Javier Aguirre
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