CRÓNICA TEATRAL: El plan
El texto de Ignasi Vidal, que se ofreció el pasado fin de semana en el Teatro de la Estación, no hace sino trasladar la calle al escenario. Se representó hace años en Zaragoza, pero su reposición es oportuna porque sus planteamientos no han perdido actualidad. Esta propuesta de Olympia Metropolitana, dirigida por el propio autor e interpretada por Jordi Ballester, Diego Braguinsky y Àngel Fígols, apareció hace bastante tiempo como un modesto libro que poco a poco fue tomando dimensión hasta convertirse en una comedia negra de gran impacto.
La modernidad del tema y su cotidianidad convierten el escenario en una sala de estar de cualquier domicilio en un barrio obrero acomodado. Acomodado pero menos, porque el fantasma del paro ha tomado cuerpo y es una realidad que ahoga a los tres protagonistas, Ximo, Ramón y Andrade, compañeros en una fábrica recientemente cerrada.
Se han reunido para preparar un encuentro deportivo con otros colegas en su misma situación, pero la avería del coche de Andrade, el último en llegar, demora la reunión. Durante ese tiempo muerto comienzan a surgir multitud de aristas de la convivencia cotidiana. La relación de amistad entre ellos puede naufragar en cualquier momento porque se van descubriendo situaciones conflictivas que adquieren mayor volumen a causa de la tensión en que los tres se desenvuelven.
La trama se va enredando lentamente hasta alcanzar dimensiones trágicas. Antes ha habido tiempo para el humor, la ironía, la burla y el esperpento, pero lo terrible está por llegar. Abocados a la desesperanza laboral, y por distintos motivos también a la vital, estos tres perdedores van a ir desnudándose en un ejercicio más catártico que terapéutico. La conclusión, inesperada, es de gran impacto.
El enfoque naturalista de la obra, la fluida interpretación, las bromas y las confidencias consiguen que el espectador se sienta próximo a los personajes. Lo que se contempla puede hallarse en cualquier ambiente en estos tiempos de crisis laboral, económica, psicológica y social. No se trata de una denuncia de la situación, por sobreentendida, sino de una advertencia, de un aviso a navegantes sobre la inestabilidad de los vínculos, incluidos los afectivos y los familiares. La inquebrantable amistad de los protagonistas puede saltar hecha añicos a causa del desequilibrio a que les han conducido sus problemas, antiguos o recientes.
El dinamismo de la trama, su ritmo, las espontaneidad de la interpretación y la facilidad de identificarse con lo que está ocurriendo en el escenario, convierten la obra en una de las propuestas teatralmente más interesantes del momento actual.
Francisco Javier Aguirre
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