MUELLE OESTE. Crónica Teatral
Cuando una compañía de ocho actores y actrices
se despide del público de espaldas, después de haber trabajado frenéticamente
durante dos horas sin pausa, algo grave ha ocurrido en el escenario. Este es el
imposible resumen del argumento de la obra ofrecida en el Teatro de las Esquinas, en sesión única, el miércoles 25 de octubre.
Uno de los personajes puede afirmar que hay un
barco dispuesto a zarpar del puerto con diez direcciones simultáneas. Otro
puede considerar que para dejar una huella en la vida hay que matar al menos a
dos personas, porque uno sólo puede morir una vez. Un tercer testimonio puede
informar de que el silencio se ha escapado por la puerta de atrás sin ser
visto. También se puede asegurar que para permanecer absolutamente limpio hasta
la vejez no hay que haberse lavado ni aseado desde el minuto uno de su
nacimiento.
Sobre decenas, quizá cientos, de estas
consideraciones se construye ‘Muelle Oeste’, del dramaturgo francés
Bernard-Marie Koltès, una obra cuyo trasfondo mantiene como banda sonora el eco de un caos indescriptible, pero perceptible permanentemente. En
determinado momento aparece en escena un rifle Kalashnikov que va a poner fin a
un enfrentamiento expreso entre dos sociedades indefinidamente contrapuestas,
la de los poderosos y la de los miserables, personas que han emigrado desde
países de lengua extraña que se simbolizan en la figura de alguien a quien se
llama ‘negro’, pero que cubierto con una capucha en el centro de la escena y de
espaldas, permanece inmóvil sin decir palabra a lo largo de toda la representación.
La ficción supera a la realidad y al mismo
tiempo la realidad desborda la ficción. Hay que dejarse invadir por las
sensaciones de cada episodio, de cada consigna, de cada frase, de cada silencio,
de cada mirada, de cada afirmación, de cada duda, de cada amenaza, de cada
concesión… para llegar a no entender racionalmente el caos en el que se
desarrolla la vida humana.
La clave de esta maravillosa creación dramática
radica precisamente en la dispersión mental y en la controversia emocional que
provoca. Todo está quieto y agitado al mismo tiempo, suenan el silencio y el
alboroto con voces inaudibles a pesar de que, como se ha dicho, el fondo sonoro
de la obra ronronea en el espacio a lo largo de toda la representación, y
también del mismo modo la niebla invade el escenario sin tener otro sentido que
ser una cubierta irracional, una nube surrealista pero algo más, como cuando
se afirma que el tiempo se divide entre el día, la noche y el después.
Del mismo modo puede asegurarse que los manantiales nacen a la inversa
para regar campos inexistentes que producen únicamente desasosiego.
Francisco Javier Aguirre
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