¡POR TODOS LOS DIOSES! Crónica Teatral
Lanzado a la piscina de la actuación individual desde hace tiempo, Fernando Cayo dibuja en ‘¡Por todos los dioses!’, un espectáculo presentado en el zaragozano Teatro de las Esquinas, un artesonado imaginario basado en su experiencia familiar, no se sabe si real o ficticia. La clave del arco es atribuida a su padre, Ricardo, aficionado a la pintura que, en determinado momento, engalana las estancias de su casa con una cosmogonía procedente de nuestro imaginario cultural, nacido de la mitología griega, que también ha llegado hasta nosotros a través de su versión latina.
Mediante un portentoso ejercicio gimnástico, hace desfilar ante los espectadores toda la saga de dioses, diosecillos, superhéroes y héroes de la tradición clásica que se han mantenido a lo largo de los siglos, conectándolo a menudo con episodios y actitudes puntuales de nuestro mundo actual.
Hay que situarse en el ambiente rural castellano para integrar la gestualidad y los juegos fonéticos que el actor acumula incansablemente durante hora y media, apoyado por un músico de talento, Eugenio Uñón, profesor de del Conservatorio de Getafe, director de orquesta, percusionista e instrumentista múltiple, que convierte este espectáculo en una especie de concierto para músico y actor, porque Uñón acompaña todo el proceso narrativo de Cayo, en un desarrollo extenuante que alivia con breves paradas al amparo de un vaso de agua o de un vaso de vino, más lo segundo que lo primero.
Al público se le supone un conocimiento suficiente de la mitología griega para poder integrar la prolija aparición de personajes divinos o semidivinos, dotados de todas las virtudes y de casi todos los vicios de los seres humanos.
La actuación del narrador ‘celestial’ cuenta
con el apoyo programado del mencionado percusionista y músico, y el obligado de uno de los espectadores
(llamado José Luis en la primera función zaragozana) al parecer seleccionado por azar, que sirve de
referente con frecuencia al actor, quien utiliza la pantalla para duplicarse y multiplicarse, reclamando con reiteración la
participación del público, repitiendo estribillos o expresando su conformidad o
disconformidad con el desarrollo de la función.
Una función que finaliza expresando un deseo supremo para todos los seres humanos: la libertad, algo tan comprometido a todos los niveles en el momento presente. El espectáculo no llega a ser un happening pero apunta maneras.
Francisco Javier Aguirre
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