jueves, 2 de enero de 2014

LOS MISIONEROS DEL CAPITALISMO



Disonancias, 20

LOS MISIONEROS DEL CAPITALISMO

Francisco Javier Aguirre

El pasado fin de semana se ha representado en el Teatro del Mercado, de Zaragoza, la obra ‘Antílopes’, del escritor noruego Henning Mankell,  que denuncia una práctica bastante común hoy. Durante la segunda mitad del siglo XX y la primera década del presente, el parapeto del capitalismo para sacar rendimiento a los países subdesarrollados, sobre todo a los centroafricanos, han sido y siguen siendo las ‘misiones’ de ayuda técnica a dichos enclaves. ‘Antílopes’ es un alegato contra esta práctica, que cuenta con apoyo legal y económico de los países desarrollados, y hasta puede realizarse enmascarada bajo la bandera de alguna ONG. Estas organizaciones nacen generalmente con una intención loable, pero corren el riesgo de pervertir sus objetivos iniciales y convertirse en simples argucias del capitalismo imperante en sus lugares de origen.
‘Antílopes’ relata un caso concreto: un matrimonio de expertos que lleva varios años en África –11 o 14, ni siquiera se ponen de acuerdo–, muestra sus desavenencias e incluso sus miserias íntimas cuando están a punto de ser sustituidos por un cooperante más joven. En realidad no saben si han ido a ‘ayudar a vivir o a morir’ a los nativos, como confiesa el protagonista masculino. Entre los abusos cometidos por el ingeniero dedicado a construir pozos para el agua potable –3 éxitos entre 40 intentos– destaca la pederastia fotográfica –y quizá algo más– con niñas inocentes. Hay también xenofobia, alcoholismo y mala gestión, lo que origina un clima tenso, lleno de miedos y sospechas.
El alegato contra estos ‘misioneros’ del capitalismo se cierra con una amenaza de continuidad en la persona que va a reemplazarles. Un joven impulsivo, desconfiado y puntilloso descubre de modo inequívoco sus aviesas intenciones en la escena final de la obra.
El espectáculo de Producciones Off Madrid, interpretado por Pepa Sarsa, Abel Vitón y Jorge del Río, bajo la dirección de Luis Maluenda, deja una sensación amarga. Aunque no se pueda generalizar, el espectador alimenta la sospecha de que estos ‘embajadores’ del progreso representan una filosofía de la ayuda al desarrollo común en los países capitalistas que, superada ya la etapa del colonialismo descarado, siguen operando de manera solapada aprovechando la situación caótica que en muchos países dejaron las propias metrópolis a mediados del siglo XX, tras la última descolonización. Un rosario de expolios, abusos, atropellos e injusticias que se mantienen en buena medida en los lugares sometidos todavía a los intereses y negocios inconfesables de las grandes potencias.
En la representación es significativa la presencia invisible de tres personajes africanos, sin voz, ni voto, ni significado. Los tres europeos los tienen a su servicio, pero los desprecian y los temen. El montaje en un solo escenario refleja claramente la cápsula aislada en la que viven los ‘benefactores’, una vida de burbuja en medio del caos y la miseria. Los actores cumplieron sus papeles de modo suficiente, con pequeñas inseguridades y algunos atisbos de sobreactuación.

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