sábado, 5 de agosto de 2017

SALMANAZAR


Mi hermano es un tipo curioso. Hace tres meses se fue a vivir a la costa. Le priva el mar desde niño. Tal vez sea cosa del nombre: le pusieron Marino. Asegura que la vida nació en el agua y quiere estar cerca de la fuente de la vida. Siempre ha sido un hombre especial. Combina lo primario con lo fantástico. Sus industrias son de lo más original. Ahora le ha dado por establecer un supersistema de comunicación.
Un amigo común teme que se haya vuelto majara. Según sus informaciones, está ensayando una fórmula para enviar mensajes a las personas que vivimos también en la costa, aunque sea al otro lado del océano, como es mi caso.
Llevo un mes sin noticias suyas. Ya no utiliza la Internet ni el correo postal aéreo, como hacía antes. Ahora su sistema es distinto. La única información que tengo es que hace un par de meses me escribió una larga epístola a mano, con pluma de ave y tinta fabricada por él mismo. Me contaba sus últimas peripecias, dando algunas pistas sobre la marcha de sus industrias. Luego me la envió, nuestro amigo fue testigo. Por él conozco el procedimiento.

Mi hermano se agenció una botella Salmanazar, de las que usan los bodegueros para envasar 9 litros de vino. Después de limpiarla concienzudamente, la puso a secar. Al día siguiente introdujo en ella los folios que me había escrito y, antes de lanzarla al mar desde la playa, metió dentro una paloma mensajera para que el envío no perdiera el rumbo.