lunes, 2 de enero de 2017


PROMESA

Poco antes de Navidad me operaron. He tenido que venir a la capital, muy a mi pesar. Pensé que no regresaría nunca, pero donde vivo no hacen esta cirugía y me han derivado a este hospital. La cosa ha ido bien. Me estoy restableciendo a buen ritmo. En un par de semanas me darán el alta y volveré a casa.
Ayer trajeron a mi habitación a otro enfermo, algo más joven que yo. Estará algunos días por aquí, según me ha dicho. También espera salir pronto. Hemos hablado de mil cosas. Por los datos que me ha dado, he descubierto que se trata del novio de mi ex mujer. Qué casualidad, qué sorpresa. No lo sabía. Estas novedades siempre te las cuenta algún viejo amigo. Por lo visto, su relación con mi ex es reciente.

Pronto comenzará el horario de visitas. Lo estoy esperando con una ansiedad loca. Quiero ver la cara de ella cuando compruebe que no ha podido mantener su promesa: jamás volverás a verme, me dijo cuando nos separamos.
SINCERIDAD

Mientras fui director de la empresa, desde dos semanas antes de las fiestas de Navidad, incluso tres, comenzaban a llegarme felicitaciones y saludos de todas partes. Algunos mensajes los recibía en mi domicilio. Eran sumamente elogiosos, la mayor parte en exceso, hasta el punto de provocarme vergüenza ajena. Nunca me ha gustado la lisonja gratuita. Todas las tarjetas venían firmadas, de forma que la pretendida gratuidad era ilusoria. Yo giraba la vista con un rictus de sarcasmo cuando las leía.
El pasado verano tuve un enfrentamiento con el dueño de la empresa y me despidió. Fue un cese fulminante. De la noche a la mañana desaparecí del mapa. Nadie movió un dedo ni dijo una palabra. Estoy en el paro, a la espera de algo, pero a mi edad es difícil conseguir un puesto directivo. 

Contrastando con el silencio de meses que siguió a mi cese, he comenzado a recibir mensajes navideños. La gente conoce mi dirección o la ha averiguado. Son pocos, pero elocuentes: fríos, tópicos, rutinarios… algunos incluso irónicos o directamente crueles. Ninguno de estos últimos viene firmado. El anonimato es el parapeto de la cobardía. Respiro cada vez que leo uno, me miro al espejo y sonrío. No hay nada como la sinceridad de los amigos.
EL REGRESO

Desde que murió mi madre, la palabra Navidad me escocía en los ojos, me taponaba los oídos, se me ahogaba en la boca. Ella venía a acompañarme cada 24 de diciembre a la residencia donde fui ingresado al quedarme parapléjico y se quedaba conmigo toda la noche, hasta que me dormía. Por deferencia de la directora, era la única noche del año en la que dormía acompañado. Al amanecer el día 25, ya estaba mamá despierta y me había subido un desayuno especial, con permiso del personal del centro.
Después de su fallecimiento, han pasado siete años durante los cuales el silencio me ha taladrado las sienes durante la Navidad. El único consuelo han sido los sueños vaporosos que he tenido en estas fechas. Ella volvía a verme, pero no podía tocarme, y las palabras que decía eran inaudibles para mí.

Hoy estoy de suerte. Mi hermano mayor ha regresado de América después de muchos años de ausencia. Estoy en su casa y le he contado esto. Mis ojos y los suyos son más hermosos que nunca porque nuestras lágrimas tienen el aroma ausente de nuestra querida madre.