sábado, 23 de marzo de 2024

EL VIAJE DEL MONSTRUO FIERO. Crónica Teatral

 

EL VIAJE DEL MONSTRUO FIERO. Crónica Teatral

Ha retornado al zaragozano Teatro de Las Esquinas, del que es frecuente huésped, Rafael Álvarez ‘el Brujo’. Durante este fin de semana, del 22 al 24 de marzo, ha traído aromas de primavera y del resto de las estaciones del año para levantar el ánimo de sus fieles seguidores que han llenado por completo el aforo de esta dinámica sala de cultura multidisciplinar.

Seguramente es Rafael Álvarez el personaje capaz de reunir en una sola actuación todas las disciplinas artísticas e intelectuales que circulan por esta atribulada humanidad que, sin embargo, halla unos momentos de sosiego y alegría viéndole y escuchándole.

‘El viaje del monstruo fiero’ alude a la referencia que en 1607 hizo Lope de Vega al actor ante el ‘ilustre senado’ del público, proponiéndoles un acertijo en forma de enigma cuya solución era esa especie imprescindible en los escenarios que es el actor.

La obra que presenta en esta ocasión Rafael Álvarez no es un tratado de metafísica, ni una investigación teológica, ni un recetario de cocina, ni una ristra de poemas líricos, ni una rememoración histórica, ni una farsa política, ni una incursión en los misterios de la mística, ni un recorrido burlesco por la actualidad, sino todo ello reunido en su propia persona con el apoyo de Javier Alejano, armado con un violín y un pandero para subrayar el gesto, el giro, el paso, el baile, el grito, la sorna, el brillo, la risa, la tristeza, el bufido, el exabrupto, la fantasía, la superstición y todos los bienes de la palabra a los que recurre el monstruo fiero con la necesaria colaboración de Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, William Shakespeare, el ya mencionado Lope de Vega y todo un ejército de excelsos referentes en quienes se apoya la indestructible comicidad, la incisiva sátira, la implacable lucidez y el interminable ingenio de un genio.

Todo ello con un Introito ritual al fondo de escenario, flanqueado el celebrante por sendos candelabros pentaculares que, del mismo modo, clausuran la sesión teatral con invocaciones misteriosas a los hados que custodian el templo de Talía.

Francisco Javier Aguirre

 


viernes, 15 de marzo de 2024

UN DELICADO EQUILIBRIO. Crónica Teatral

 

UN DELICADO EQUILIBRIO. Crónica Teatral

Han transcurrido casi seis décadas desde que se estrenó ‘Un delicado equilibrio’, de Edward Albee (Premio Pulitzer de drama, en 1967), que estos días se ofrece en el Teatro Principal a partir de la traducción de Alicia Borrachero y Ben Temple, que son pareja desde hace veinte años y al mismo tiempo desempeñan los papeles estelares de la obra, bajo la dirección de Nelson Valente.

No han variado mucho las circunstancias y el esquema de la familia americana acomodada que a lo largo de este tiempo se ha trasplantado a nuestra geografía social. Desencuentro matrimonial solapado, tragedia familiar mal encajada por la muerte de un hijo, rebeldía y sucesivos fracasos emocionales de la hija, injerencia de otros miembros de la familia y, como colofón, la aparición de una pareja de amigos íntimos, Harry y Edna, que invaden el espacio familiar aquejados de un incomprensible –por impreciso– terror vital.

Todos estos ingredientes dan lugar a una obra cuyo título ya es significativo, puesto que nos plantea la inestabilidad emocional, gran azote de la sociedad contemporánea.  Alude a las crisis del mundo occidental pero, sobre todo, al ocaso de la seguridad como una sensación aprehensiva; vamos construyendo signos y formas que nos refuerzan la ilusión de lo concreto y lo confiable, mientras esa misma realidad se va desmoronando a ojos vista.

La pieza de Albee va de menos a más en sus cuatro escenas desarrolladas en un mismo escenario, pero separadas mediante la zona oscura y el sonido chirriante de unos crótalos. El inicio estuvo un tanto lastrado por la falta de proyección de la voz de la protagonista Agnes, a quien da vida Alicia Borrachero, en contraste con la clara dicción de Tobías, su marido, encarnado por Ben Temple, de quien es notoria su procedencia lingüística anglosajona por un acento que no es óbice para su correcta dicción en castellano tras varias décadas residiendo en España. 

La trama no ofrece especial complicación hasta que aparecen Harry y Edna, la pareja de amigos íntimos, que  interpretan Juan Bentallé y Cristina de Inza, para desequilibrar la situación, y seguidamente Julia, la hija de Agnes y Tobías, que encarna Anna Moliner. Ella, víctima del fracaso y la histeria, acabará con el delicado equilibrio mantenido hasta entonces.

La escenografía de Lúa Quiroga, desarrollada en dos planos, el segundo de ellos sugerido mediante una rampa, simboliza bien las rupturas internas de los personajes en el terreno emocional.

No acaba de resolverse el asunto de la amplificación en un recinto tan amplio como el Teatro Principal. El anterior estreno, ‘La Regenta’, no planteó ninguna dificultad, cosa que sí ocurre con ‘Un delicado equilibrio’.

Francisco Javier Aguirre

viernes, 8 de marzo de 2024

LA REGENTA. Crónica Teatral

 

LA REGENTA. Crónica Teatral

Si Clarín hubiera conocido las teorías de Freud, hubiera encontrado un nombre para la dolencia de doña Ana Ozores: la neurastenia. Una joven y hermosa mujer casada que no vive satisfecha sexualmente, padece una dolencia psíquica que la puede conducir por derroteros distintos a los socialmente convenidos. El desempeño de Ana Ruiz en ese papel, resulta convincente a lo largo de su interpretación.

Este es uno de los puntos de referencia de la versión que ha hecho Eduardo Galán de la novela de Leopoldo Alas que, tras su estreno en Madrid a primeros del pasado febrero, se está interpretando estos días en el Teatro Principal de Zaragoza, bajo la dirección de Helena Pimenta.

El segundo conflicto es el materno-filial que se desarrolla entre don Fermín de Pas, el canónigo magistral de la catedral, interpretado por  Alex Gadea, y su señora madre, doña Paula, a la que da vida con sobrada insidia Pepa Pedroche. La codicia como vehículo para el dominio social en todos los órdenes, es el principio que trata de inculcar a su hijo.

La prolija narración que pasa por ser una de las cimas de la literatura decimonónica española, se concreta de este modo en la mencionada adaptación teatral, cuyo autor reconoce que intenta defender el derecho de la mujer a elegir su destino, aunque no coincida con la moral reinante. Ha enfocado la historia desde el punto de vista de Ana Ozores, que será castigada con el abandono y un final trágico.

El lenguaje de los diálogos conserva el sabor de la época, evitando arcaísmos, aunque el desarrollo escénico resulta un tanto frío y estereotipado,  a pesar del empeño de la directora en suplir con gestos e inflexiones de voz los movimientos internos y externos de los protagonistas.

Los ocho intérpretes en quienes se concentran los conflictos (dos de ellos duplicando personaje) desempeñan con seguridad su papel, destacando la rotundidad melosa de Jacobo Dicenta como el donjuán escurridizo que es Álvaro Mesía, enfrentado de manera ladina al ingenuo marido de Ana, el Regente jubilado, a quien da vida Joaquín Notario, por una parte, y por otra a don Fermín, el canónigo magistral, con quien mantiene un pugilato de forma más subrepticia.

Una ingeniosa escenografía de carácter minimalista permite, dentro de su austeridad, desarrollar una dramaturgia compleja apoyada en un habilidoso manejo de la luminotecnia y una sutil banda sonora que aromatiza de algún modo la tensión del espectáculo.

Francisco Javier Aguirre

 

sábado, 2 de marzo de 2024

PARÍS. Crónica Teatral

 

PARÍS. Crónica Teatral

Si la experiencia es un grado en todos los órdenes de la vida, también en el teatral, Paco Ortega y Rafael Campos la multiplican por dos, e incluso por tres, porque en la obra conjunta que han presentado en el Teatro del Mercado el viernes, día 1 de marzo, hay un tercer personaje que da título a la pieza: París como concepto, más que como destino geográfico.

Incluso podría ser que multiplicaran por cuatro, porque Ágatha, con esa H intercalada en la intimidad de su nombre, es un vértice y un vórtice donde convergen las ansias y los delirios de los dos personajes indistintos que pululan por el escenario. 

Tan indistintos, afines e intercambiables que se llaman Uno y Dos alternativamente, aunque pretendan las mismas cosas en orden inverso, consolidando un trabajo interpretativo del máximo nivel sobre un texto que bebe de las fuentes prístinas del teatro del absurdo, vehículo necesario en todo tiempo, y cada vez más, para conseguir integrar la patología mental que nos inunda.

Con un dominio preciso y perfecto de los recursos escénicos, llámense voz, mirada, gesto, paso, postura o silencio, los intérpretes asumen una responsabilidad compartida en la dramaturgia y la dirección del espectáculo cuyo texto, aun perteneciendo de inicio a Rafael Campos, es asumido como propio por Paco Ortega, desatando una comicidad sarcástica, a veces a flor de piel, a veces por el tránsito subterráneo que a todo ser humano atento a la realidad le recorre.

El disfrute está asegurado para quienes busquen una comedia que supere las barreras de la conformidad mostrenca. Y todo ello adornado sintéticamente por esa especie de flor sonora que es el vals ‘Bajo el cielo de París’, que Paco Aguarod ha ido esparciendo por los sucesivos escalones de este espectáculo para que, desde la más agreste realidad, ascienda a las alturas de los significados filosóficos.

Los más avisados hallarán diseminados por los renglones de esta dramedia recién estrenada, trazos de Samuel Beckett, Sławomir Mrożek, Antonin Artaud, Harold Pinter y hasta del excelso Ludwig Wittgenstein cuando concluye que el silencio es la solución a todas las atrocidades y adversidades de la vida.

Francisco Javier Aguirre