viernes, 8 de marzo de 2024

LA REGENTA. Crónica Teatral

 

LA REGENTA. Crónica Teatral

Si Clarín hubiera conocido las teorías de Freud, hubiera encontrado un nombre para la dolencia de doña Ana Ozores: la neurastenia. Una joven y hermosa mujer casada que no vive satisfecha sexualmente, padece una dolencia psíquica que la puede conducir por derroteros distintos a los socialmente convenidos. El desempeño de Ana Ruiz en ese papel, resulta convincente a lo largo de su interpretación.

Este es uno de los puntos de referencia de la versión que ha hecho Eduardo Galán de la novela de Leopoldo Alas que, tras su estreno en Madrid a primeros del pasado febrero, se está interpretando estos días en el Teatro Principal de Zaragoza, bajo la dirección de Helena Pimenta.

El segundo conflicto es el materno-filial que se desarrolla entre don Fermín de Pas, el canónigo magistral de la catedral, interpretado por  Alex Gadea, y su señora madre, doña Paula, a la que da vida con sobrada insidia Pepa Pedroche. La codicia como vehículo para el dominio social en todos los órdenes, es el principio que trata de inculcar a su hijo.

La prolija narración que pasa por ser una de las cimas de la literatura decimonónica española, se concreta de este modo en la mencionada adaptación teatral, cuyo autor reconoce que intenta defender el derecho de la mujer a elegir su destino, aunque no coincida con la moral reinante. Ha enfocado la historia desde el punto de vista de Ana Ozores, que será castigada con el abandono y un final trágico.

El lenguaje de los diálogos conserva el sabor de la época, evitando arcaísmos, aunque el desarrollo escénico resulta un tanto frío y estereotipado,  a pesar del empeño de la directora en suplir con gestos e inflexiones de voz los movimientos internos y externos de los protagonistas.

Los ocho intérpretes en quienes se concentran los conflictos (dos de ellos duplicando personaje) desempeñan con seguridad su papel, destacando la rotundidad melosa de Jacobo Dicenta como el donjuán escurridizo que es Álvaro Mesía, enfrentado de manera ladina al ingenuo marido de Ana, el Regente jubilado, a quien da vida Joaquín Notario, por una parte, y por otra a don Fermín, el canónigo magistral, con quien mantiene un pugilato de forma más subrepticia.

Una ingeniosa escenografía de carácter minimalista permite, dentro de su austeridad, desarrollar una dramaturgia compleja apoyada en un habilidoso manejo de la luminotecnia y una sutil banda sonora que aromatiza de algún modo la tensión del espectáculo.

Francisco Javier Aguirre

 

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