sábado, 3 de noviembre de 2018

ONDAS


ONDAS

Tuve un amigo del alma en México, un lugar ideal para los amigos del alma, durante y después de la vida. Mi compadre, un hombre extremadamente honesto, curioso y atento a la marcha del mundo, pero muy impulsivo, era aficionado a escuchar los debates televisivos. Cuando intervenía determinado sujeto, de carácter abrupto y palabra torpe, se ponía cabeza abajo ante el televisor para que las palabras del infausto periodista le entraran por los oídos en sentido contrario. Al mismo tiempo, se quitaba las gafas y se las colocaba del revés, unas veces volteándolas y otras invirtiendo el orden de los cristales –el derecho a la izquierda y el izquierdo a la derecha– para deformar la imagen del tertuliano, cuyas opiniones le irritaban profundamente. Empeoró la salud de mi amigo con tantas alteraciones, de cuerpo y de espíritu, y acabó falleciendo. Decidimos entonces enterrarlo cabeza abajo para que, en un acceso de ira, no levantara la cabeza al escuchar en lontananza las majaderías del tertuliano abrupto. Las ondas electromagnéticas no respetan fronteras.

APETITO


APETITO

El hombre vivía en México y tenía un apetito descomunal. Visitó a muchos nutricionistas, que le recomendaron dietas eficaces, algunas contradictorias. Ningún resultado. Por último, desesperado, recurrió a una clínica especializada en combatir la obesidad. Allí le prescribieron una dieta micológica. Subió el hombre al monte haciendo enormes esfuerzos y comió ávidamente todas las setas que encontró. Al término de una semana había adelgazado muchísimo y al cabo de tres meses se quedó literalmente en los huesos.