sábado, 30 de diciembre de 2017

NOCHEMALA

        Quiso endulzar la tarde cantando ‘Esta noche es Nochebuena’, ‘Feliz Navidad’, ‘El camino que lleva a Belén’ y otros villancicos. Pensaba así mitigar su propia pesadumbre y la de sus hijos. En la cena habría un hueco irreemplazable.
        Todo transcurrió con normalidad, incluidas algunas lágrimas. De madrugada, tuvo una apendicitis que obligó a sus hijos a llamar a urgencias.
        La ingresaron en el hospital. Mientras la exploraban, confesó entre sollozos que hacía un año que su marido murió allí mismo en medio de un delirium tremens a causa de un coma etílico.

CONFESIÓN SIN PALABRAS

Yo era el gerente la empresa. El presidente tenía plena confianza en mí. Dos semanas antes de Navidad comenzaban a llegarme felicitaciones de todas partes. Los regalos y las cestas los recibía en mi domicilio.
Antes del verano hubo un problema grave. Faltó dinero en la cuenta y no puede aclarar el desfalco. El dueño de la empresa me despidió sin contemplaciones. De la noche a la mañana desaparecí del mapa. Nadie movió un dedo ni dijo una palabra en voz alta. Sin embargo, alguien  de confianza me dijo días después que sospechaba de dónde provenía el fiasco. Yo callé. No quería revolver el tema. No tenía constancia. Debía haberlo detectado a tiempo.
Estoy en el paro, a la espera de algo, pero a mi edad es difícil conseguir un puesto directivo. O simplemente un puesto de cierto nivel. Y menos con los antecedentes en mi anterior empresa.
Este año no llegarán cestas ni regalos de Navidad a casa. Mi mujer me mira de reojo, afligida por mi desamparo. Yo le quito importancia, trato de animarla, le digo que a veces la vida es justa. Ella sabe que yo no fui el culpable de aquello.
Inesperadamente, el 15 de diciembre ha venido a saludarme el hijo del dueño de la empresa de la que fui despedido fulminantemente. Me ha dicho que su padre ha muerto hace dos semanas. Para él ha sido un golpe terrible. Ha reflexionado. Ha hecho balance. Ha tomado conciencia. Ahora tiene la responsabilidad del negocio.
Las cosas no van del todo bien desde que me fui.  Mientras hablaba, he advertido cierta incomodidad en sus palabras y he creído ver tras su mirada la sombra de un secreto. La conversación ha versado sobre la posibilidad de mi regreso para ocupar el puesto del que fui despedido.
Inmediatamente le he dicho que sí. Con las mismas condiciones. Me lo ha agradecido con un apretón de manos. Luego nos hemos dado un abrazo. El hombre ha respirado hondo.
El próximo 2 de enero vuelvo al trabajar. Al despedirse, con un estremecimiento que no me ha pasado desapercibido, me ha entregado un sobre que contiene un cheque.
Como anticipo y para que celebréis la Navidad, me ha dicho.
Cuando se ha ido, he comprobado que la cantidad coincide con la del desfalco que hubo antes del verano.

Una confesión sin palabras.