viernes, 16 de febrero de 2018

SUSURRO




Reconozco el reverso de tu piel,
las voces interiores de unos besos
recogidos al azar.
Me atraviesan las horas
mientras lamo
la sospecha de tu luz,
la flor de una conquista
sin sus pétalos,
la sonrosada aurora
del misterio.
Quisiera serlo todo desde dentro:
una realidad osmótica,
un ente cosmogónico,
un aliento exhalado con tus siglas
reducidas a la mínima expresión,
la que suena al diluirse
el susurro del silencio.

sábado, 3 de febrero de 2018

SILENCIO


Mi capacidad de superación desborda cualquier inteligencia, sobre todo la mía. La desborda y la supera. No hay cosa más grande que superar la propia superación. Es casi lo mismo que desbordar el propio desbordamiento. La diferencia estriba en que la superación suele ir hacia arriba y el desbordamiento hacia abajo. No obstante, siempre hay fórmulas para superar un desbordamiento utilizando técnicas sofisticadas que dependan más de la tecnología que de la etimología. La conclusión a la que he llegado analizando mi inteligencia desbordada tiene que ver más con la actitud que con la aptitud, espero haberlo pronunciado bien para evitar equívocos. Porque la superación de la voz está en el silencio.
HAZAÑA


Estoy perdido. Se me han descosido los hilos de los pies. Ahora cada dedo rueda a su bola. Tengo que buscar una fórmula para que vuelvan a mandamiento. Si no, me llevarán piano-piano a un horizonte lejano. Qué bonita consonancia. Con lo bien que se vive aquí. Voy a buscar una costurera o costurero, un sastre o una sastra. Ellos arreglarán el desaguisado. O mejor una modista o modisto que ponga arte en la concordia. Ya lo tengo. Incluso pueden ser de diez modists –cinco ellas, cinco ellos–  ‘a simultaneo’, sin acento esdrújulo, como escribirían los latinos reciclados, quienes pongan el remedio. Los dedos de mis manos están recomponiendo el descosido de mis pies. Hazaña.
La mirada
Siempre se le fue a mi madre la mirada detrás de mí. Al principio me hacía gracia, incluso provocaba mi sonrisa. Pasado un tiempo, cuando me hice mayor, comenzó a molestarme. La sensación de ser espiado permanentemente es insoportable. Parece como que te arrebataran un gajo de tu personalidad  tras cada alfilerazo visual. Tu intimidad profunda padece.
Yo salía y entraba en casa con libertad externa, pero no interna. La mirada de mi madre era siempre una pregunta y en muchas ocasiones una acusación. Vivíamos con el silencio de los ojos en la boca, sin comentar apenas las menudencias del día, sin confiarnos mutuamente las cuitas. Era imposible mayor distancia entre personas tan próximas.
Ella se ocupaba completamente de mí, hacía la compra, limpiaba la casa, me preparaba la comida, me lavaba la ropa… Seguramente pretendía también controlar mis pensamientos, mis proyectos… las ilusiones de un hijo que desconocía en su totalidad. Yo no podía dejarla de lado, sin embargo, primero porque no podía, segundo porque no quería, y aún puedo añadir que ni quería ni podía porque las circunstancias que me rodeaban me lo impedían. No tenía un modo de vida propio, trabajaba a empellones, siempre en ocupaciones eventuales, con seguridad nula en el futuro. Estaba obligado a vivir en casa a pesar de la inhóspita presencia de mi madre. Pero aunque hubiera tenido suficiencia económica, tampoco me hubiera ido. Un lazo interno, que no acierto a describir, me ataba de tal manera que hubiera resultado imposible romperlo.
Todo empeoró el día en que se quedó sola.  Mi padre nos había abandonado intempestivamente,  sin un aviso, sin una explicación verbal o escrita. Oí versiones y opiniones. Hubo quien dijo que se había hartado de la tensión familiar. La familia es un refugio, salvo cuando el combate está dentro. Otros hablaron de su fuga con una rubia. ¿Acaso no hay mujeres fatales de cabello negro? También se apuntó a deudas secretas que no podía afrontar.
La precariedad económica en que vivíamos se incrementó. Llegamos a comer mal, elementalmente, pan y leche para mí, pan y vino para ella. Leche caducada y vino a granel, pan viejo, alguna fruta desvaída por la madurez y algunos pedazos de carne desbaratada. Mi salario ocasional conseguía a veces pasteles a punto de avinagrarse: mi madre, entonces, se empapuzaba.

La realidad se transmutó poco a poco en recuerdo. El pasado resucitó, pero en un cuerpo equivocado. Nunca he sabido si las cosas que dice nacen de sus ojos o de su mente lejana. Daría lo que fuera porque ella volviese a mirarme a los ojos, a seguir mis pasos, a preguntar lo que hago… en lugar de llamarme constantemente con el nombre de mi padre.
AMANECER


Estás ahí, en el reverso de mi frente, para que no puedas leer mis pensamientos cuando miras a través de tus dudas. Si lo hicieras, se desvanecería cualquier esperanza, se apoderaría de ti el recelo que te acecha. También mis ojos navegan en la niebla. Cuando tropiezas con ellos, no te quieren conocer. Aspiran a que tus sospechas se disuelvan en la penumbra del crepúsculo, cuando anochece. Consiguen para ti de esta manera un descanso posible. Al despertar, el beso de la aurora deshace los fantasmas del miedo nocturno. Me ves junto a ti, imperturbable, conocedor de la fuerza del sosiego, esclavo de la quietud que purifica, guardián del aliento que va a inundar tus pulmones de fuego redentor. Un día me dijiste que no eras capaz de vivir sola. Desde antes de entonces lo sabía, desde que te conocí adiviné el sendero que debíamos recorrer juntos para superar nuestra mutua flaqueza. Aquí estamos, yo sembrando nuestro predio y tú recogiendo la cosecha. Lo hemos conseguido.