sábado, 3 de noviembre de 2018

ONDAS


ONDAS

Tuve un amigo del alma en México, un lugar ideal para los amigos del alma, durante y después de la vida. Mi compadre, un hombre extremadamente honesto, curioso y atento a la marcha del mundo, pero muy impulsivo, era aficionado a escuchar los debates televisivos. Cuando intervenía determinado sujeto, de carácter abrupto y palabra torpe, se ponía cabeza abajo ante el televisor para que las palabras del infausto periodista le entraran por los oídos en sentido contrario. Al mismo tiempo, se quitaba las gafas y se las colocaba del revés, unas veces volteándolas y otras invirtiendo el orden de los cristales –el derecho a la izquierda y el izquierdo a la derecha– para deformar la imagen del tertuliano, cuyas opiniones le irritaban profundamente. Empeoró la salud de mi amigo con tantas alteraciones, de cuerpo y de espíritu, y acabó falleciendo. Decidimos entonces enterrarlo cabeza abajo para que, en un acceso de ira, no levantara la cabeza al escuchar en lontananza las majaderías del tertuliano abrupto. Las ondas electromagnéticas no respetan fronteras.

APETITO


APETITO

El hombre vivía en México y tenía un apetito descomunal. Visitó a muchos nutricionistas, que le recomendaron dietas eficaces, algunas contradictorias. Ningún resultado. Por último, desesperado, recurrió a una clínica especializada en combatir la obesidad. Allí le prescribieron una dieta micológica. Subió el hombre al monte haciendo enormes esfuerzos y comió ávidamente todas las setas que encontró. Al término de una semana había adelgazado muchísimo y al cabo de tres meses se quedó literalmente en los huesos.

lunes, 18 de junio de 2018

ZURDO DE OCASIÓN


Salté al terreno de juego con fuego en los pies. Me ardían. Por fin, ya era hora, el míster se acordaba de mí. Yo esforzándome a tope en los entrenamientos, consumiendo suplementos vitamínicos, ocupando los gimnasios hasta altas horas de la noche… loco por demostrar mi valía, dispuesto a conseguir un nivel de agilidad tan absoluto, tan declaradamente total que pudiera convertirme en trapecista si fracasaba como futbolista.
El partido se desarrollaba de poder a poder, un toma y daca sin concesiones, sin tregua, con avances y repliegues consecutivos, juego directo y en profundidad, hasta el portero subía a rematar sin conseguir gol mientras un defensa de tanta altura que casi tocaba el larguero se mantenía bajo los palos por si la furia de los contrarios amenazaba nuestra área.
A veces me llamaba para apoyarlo. Era el capitán. Tenía más habilidad en los movimientos laterales, pero yo mido 1’88. Llegué a 1’89, pero con la edad voy perdiendo dimensión. El declive también nos afecta a los deportistas. Cumplidos los 39, comienzas a decaer, aunque mantengas el coraje. Ya digo, fuego en los pies y furia en la cabeza.
El partido seguía disputado. Fútbol es fútbol, lo dijo un sabio. Ninguno de los equipos había conseguido marcar. Íbamos por el segundo tiempo de la prórroga. Nuestro portero seguía subiendo al ataque para evitarse el rito de los penaltis que se avecinaba. De vez en cuando regresaba a su posición y entonces el capitán daba nuevas órdenes y yo también me sumaba al ataque.
Cuando ya todo parecía conducirnos a la temida tanda final, un albur a cara o cruz, cuando el público se empezaba a incrementar lamentando nuestra inoperancia, cuando sonaban gritos e insultos, cuando ya la puntería de nuestros delanteros había tomado rumbos imposibles, cuando el entrenador había agotado sus chorros de voz y pedía recambios al utillero, aconteció el portento.
Yo, que había chupado banquillo durante varias temporadas, que salí como suplente de uno de los seis titulares aquejados aquel día de paperas, que jamás había acertado en mis disparos entre los tres palos, marqué un gol de antología con la zurda. Todo el mundo se sorprendió, me jaleaban, me aplaudían, gritaban extrañados, porque en la ficha federativa figuro como diestro.
En quien más impacto causó el gol fue en mi mujer, que soltó un tremendo alarido. Se despertó de golpe al recibir la soberana patada que le propiné con la zurda.

martes, 3 de abril de 2018

MILENIO


MILENIO

         En los últimos años habían cambiado las tendencias y toda la gente iba vestida con tanto decoro que el gerente del establecimiento decidió dejar sin trabajo a las maniquíes. Las encerró en una habitación blindada. En un descuido del carcelero, una noche de invierno, se fugaron todas ataviadas con bikinis a la última moda. Causó tal impacto la noticia, que las tendencias cambiaron al cabo de un milenio.
         El abuelo terminó de narrar la aventura a sus nietos, que acababan de llegar con los muslos de un ciervo recién descuartizado. Lo asaron a la brasa. Todos los miembros de la familia cenaron a la luz de las antorchas. Luego, el más artista de los jóvenes dibujó en la pared la silueta del animal, aún vivo, antes de ser cazado. Lo había fotografiado cucando los ojos y encuadrándolo con los dedos pulgares e índices de ambas manos unidos por los extremos. Al mismo tiempo, el intelectual de la tribu se dirigió al abuelo satisfecho y le dijo: ¡Ya se le vale, vejete visionario. Nos ha contado una historia de ciencia ficción!

GIROS


Giraba y giraba sobre mi cabeza. Aunque pudiera ser que estuviera girando y girando bajo mis pies. No estaba yo muy seguro de mi postura. A veces me parecía que iba de izquierda a derecha, y a los pocos segundos lo hacía a la inversa. Pero no era novedad que fuera de derecha a izquierda, sino de dentro afuera –en ocasiones de fuera adentro–, una girología geométrica de proyección cósmica difícil de explicar. Pudieron pasar horas, días, meses o años, porque el tiempo se había suprimido. En determinado momento, un pequeño ser meticuloso se presentó ante mí. No temblé, lo aseguro. Le planté cara. Es más, le ordené que se diera la vuelta. Lo hizo. Detrás de él no había nada, su espalda no existía. Entonces yo giré sobre mis talones y dejé de verme. Aquella inexistencia nos congratulaba a los dos porque sonreíamos imperceptiblemente felices. No pude comprobarlo, pero la sensación de sonriencia era segura. También nueva, como recién nacida al par de la creación, como surgida al mismo tiempo que la fundación del universo. Hasta aquí puedo contar. El resto es ciencia ficción.

viernes, 16 de febrero de 2018

SUSURRO




Reconozco el reverso de tu piel,
las voces interiores de unos besos
recogidos al azar.
Me atraviesan las horas
mientras lamo
la sospecha de tu luz,
la flor de una conquista
sin sus pétalos,
la sonrosada aurora
del misterio.
Quisiera serlo todo desde dentro:
una realidad osmótica,
un ente cosmogónico,
un aliento exhalado con tus siglas
reducidas a la mínima expresión,
la que suena al diluirse
el susurro del silencio.

sábado, 3 de febrero de 2018

SILENCIO


Mi capacidad de superación desborda cualquier inteligencia, sobre todo la mía. La desborda y la supera. No hay cosa más grande que superar la propia superación. Es casi lo mismo que desbordar el propio desbordamiento. La diferencia estriba en que la superación suele ir hacia arriba y el desbordamiento hacia abajo. No obstante, siempre hay fórmulas para superar un desbordamiento utilizando técnicas sofisticadas que dependan más de la tecnología que de la etimología. La conclusión a la que he llegado analizando mi inteligencia desbordada tiene que ver más con la actitud que con la aptitud, espero haberlo pronunciado bien para evitar equívocos. Porque la superación de la voz está en el silencio.
HAZAÑA


Estoy perdido. Se me han descosido los hilos de los pies. Ahora cada dedo rueda a su bola. Tengo que buscar una fórmula para que vuelvan a mandamiento. Si no, me llevarán piano-piano a un horizonte lejano. Qué bonita consonancia. Con lo bien que se vive aquí. Voy a buscar una costurera o costurero, un sastre o una sastra. Ellos arreglarán el desaguisado. O mejor una modista o modisto que ponga arte en la concordia. Ya lo tengo. Incluso pueden ser de diez modists –cinco ellas, cinco ellos–  ‘a simultaneo’, sin acento esdrújulo, como escribirían los latinos reciclados, quienes pongan el remedio. Los dedos de mis manos están recomponiendo el descosido de mis pies. Hazaña.
La mirada
Siempre se le fue a mi madre la mirada detrás de mí. Al principio me hacía gracia, incluso provocaba mi sonrisa. Pasado un tiempo, cuando me hice mayor, comenzó a molestarme. La sensación de ser espiado permanentemente es insoportable. Parece como que te arrebataran un gajo de tu personalidad  tras cada alfilerazo visual. Tu intimidad profunda padece.
Yo salía y entraba en casa con libertad externa, pero no interna. La mirada de mi madre era siempre una pregunta y en muchas ocasiones una acusación. Vivíamos con el silencio de los ojos en la boca, sin comentar apenas las menudencias del día, sin confiarnos mutuamente las cuitas. Era imposible mayor distancia entre personas tan próximas.
Ella se ocupaba completamente de mí, hacía la compra, limpiaba la casa, me preparaba la comida, me lavaba la ropa… Seguramente pretendía también controlar mis pensamientos, mis proyectos… las ilusiones de un hijo que desconocía en su totalidad. Yo no podía dejarla de lado, sin embargo, primero porque no podía, segundo porque no quería, y aún puedo añadir que ni quería ni podía porque las circunstancias que me rodeaban me lo impedían. No tenía un modo de vida propio, trabajaba a empellones, siempre en ocupaciones eventuales, con seguridad nula en el futuro. Estaba obligado a vivir en casa a pesar de la inhóspita presencia de mi madre. Pero aunque hubiera tenido suficiencia económica, tampoco me hubiera ido. Un lazo interno, que no acierto a describir, me ataba de tal manera que hubiera resultado imposible romperlo.
Todo empeoró el día en que se quedó sola.  Mi padre nos había abandonado intempestivamente,  sin un aviso, sin una explicación verbal o escrita. Oí versiones y opiniones. Hubo quien dijo que se había hartado de la tensión familiar. La familia es un refugio, salvo cuando el combate está dentro. Otros hablaron de su fuga con una rubia. ¿Acaso no hay mujeres fatales de cabello negro? También se apuntó a deudas secretas que no podía afrontar.
La precariedad económica en que vivíamos se incrementó. Llegamos a comer mal, elementalmente, pan y leche para mí, pan y vino para ella. Leche caducada y vino a granel, pan viejo, alguna fruta desvaída por la madurez y algunos pedazos de carne desbaratada. Mi salario ocasional conseguía a veces pasteles a punto de avinagrarse: mi madre, entonces, se empapuzaba.

La realidad se transmutó poco a poco en recuerdo. El pasado resucitó, pero en un cuerpo equivocado. Nunca he sabido si las cosas que dice nacen de sus ojos o de su mente lejana. Daría lo que fuera porque ella volviese a mirarme a los ojos, a seguir mis pasos, a preguntar lo que hago… en lugar de llamarme constantemente con el nombre de mi padre.
AMANECER


Estás ahí, en el reverso de mi frente, para que no puedas leer mis pensamientos cuando miras a través de tus dudas. Si lo hicieras, se desvanecería cualquier esperanza, se apoderaría de ti el recelo que te acecha. También mis ojos navegan en la niebla. Cuando tropiezas con ellos, no te quieren conocer. Aspiran a que tus sospechas se disuelvan en la penumbra del crepúsculo, cuando anochece. Consiguen para ti de esta manera un descanso posible. Al despertar, el beso de la aurora deshace los fantasmas del miedo nocturno. Me ves junto a ti, imperturbable, conocedor de la fuerza del sosiego, esclavo de la quietud que purifica, guardián del aliento que va a inundar tus pulmones de fuego redentor. Un día me dijiste que no eras capaz de vivir sola. Desde antes de entonces lo sabía, desde que te conocí adiviné el sendero que debíamos recorrer juntos para superar nuestra mutua flaqueza. Aquí estamos, yo sembrando nuestro predio y tú recogiendo la cosecha. Lo hemos conseguido.