martes, 3 de abril de 2018

GIROS


Giraba y giraba sobre mi cabeza. Aunque pudiera ser que estuviera girando y girando bajo mis pies. No estaba yo muy seguro de mi postura. A veces me parecía que iba de izquierda a derecha, y a los pocos segundos lo hacía a la inversa. Pero no era novedad que fuera de derecha a izquierda, sino de dentro afuera –en ocasiones de fuera adentro–, una girología geométrica de proyección cósmica difícil de explicar. Pudieron pasar horas, días, meses o años, porque el tiempo se había suprimido. En determinado momento, un pequeño ser meticuloso se presentó ante mí. No temblé, lo aseguro. Le planté cara. Es más, le ordené que se diera la vuelta. Lo hizo. Detrás de él no había nada, su espalda no existía. Entonces yo giré sobre mis talones y dejé de verme. Aquella inexistencia nos congratulaba a los dos porque sonreíamos imperceptiblemente felices. No pude comprobarlo, pero la sensación de sonriencia era segura. También nueva, como recién nacida al par de la creación, como surgida al mismo tiempo que la fundación del universo. Hasta aquí puedo contar. El resto es ciencia ficción.

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