lunes, 2 de enero de 2017

SINCERIDAD

Mientras fui director de la empresa, desde dos semanas antes de las fiestas de Navidad, incluso tres, comenzaban a llegarme felicitaciones y saludos de todas partes. Algunos mensajes los recibía en mi domicilio. Eran sumamente elogiosos, la mayor parte en exceso, hasta el punto de provocarme vergüenza ajena. Nunca me ha gustado la lisonja gratuita. Todas las tarjetas venían firmadas, de forma que la pretendida gratuidad era ilusoria. Yo giraba la vista con un rictus de sarcasmo cuando las leía.
El pasado verano tuve un enfrentamiento con el dueño de la empresa y me despidió. Fue un cese fulminante. De la noche a la mañana desaparecí del mapa. Nadie movió un dedo ni dijo una palabra. Estoy en el paro, a la espera de algo, pero a mi edad es difícil conseguir un puesto directivo. 

Contrastando con el silencio de meses que siguió a mi cese, he comenzado a recibir mensajes navideños. La gente conoce mi dirección o la ha averiguado. Son pocos, pero elocuentes: fríos, tópicos, rutinarios… algunos incluso irónicos o directamente crueles. Ninguno de estos últimos viene firmado. El anonimato es el parapeto de la cobardía. Respiro cada vez que leo uno, me miro al espejo y sonrío. No hay nada como la sinceridad de los amigos.

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