sábado, 1 de junio de 2024

EL JARDÍN DE VALENTÍN. Crónica Teatral

 

EL JARDÍN DE VALENTÍN. Crónica Teatral

Son varios los elementos que pueden sorprender de entrada a quien acude al zaragozano Teatro del Mercado para contemplar la obra simbólica ‘El jardín de Valentín’ que ha montado la compañía aragonesa Tranvía Teatro bajo la dirección de Cristina Yáñez, quien se ocupa al mismo tiempo de la dramaturgia. 

Uno de ellos es que son tres los personajes, 'casi como tres clowns' (así se definen en el anuncio del espectáculo) que van a intervenir en la obra. Y sí son tres personas,  pero una de ellas no actúa, Alicia Callejero, aunque sí permite actuar a la música en directo a partir de un piano que de esa forma se convierte simbólicamente en un personaje, con todo lo que ello conlleva. La personificación de la música daría para un extenso comentario que no procede aquí. Quienes realmente actúan, en el sentido ordinario del término, son Javier Anós y Daniel Martos, que hacen una interpretación magnífica, de dicción impecable y de meticuloso control de los recursos escénicos. 

La  trama es un paradigma del planteamiento surrealista de la vida, con un lenguaje de retórica exacta, que sorprende por la ilación de las ideas y la precisión de los conceptos. Los personajes, que carecen de nombre propio, aspiran a conseguir la libertad, incluso de sí mismos, de sus costumbres, de sus contradicciones, de sus condicionamientos. Se trata de una comedia creada a partir de textos de Karl Valentin y de Rafael Campos, quien a su vez se ha inspirado en los personajes de ‘Mercier y Camier’, la novela de Beckett. Se mezclan referencias al teatro del absurdo con otras cercanas al cabaret. La pieza dramática nos plantea varios interrogantes acerca de la realidad que estamos viviendo, llena de incertidumbres, y en ocasiones próxima a la ciencia ficción.

La contraposición de la vida dentro del jardín circular donde han desembocado los personajes, frente a la existencia que llevan ‘los de afuera’ hace girar el espectáculo en órbitas filosóficas de alto nivel discursivo. La obra es exigente tanto para los actores como para los espectadores. Induce a la reflexión y a la toma de conciencia mientras los intérpretes giran interminablemente, con seguridad y contundencia, expresando unas ansias y unos deseos que en determinado momento se atreven a experimentar.

Quien lo intenta, resulta defraudado y ha de regresar al jardín, tras comprobar que ‘los de fuera’, empeñados muchas veces en guerras absurdas, no dan síntomas de tener los recursos suficientes para poner remedio a los males del mundo actual.

Francisco Javier Aguirre

 

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