39 ESCALONES. Crónica teatral
Hace 90 años que Alfred Hitchcock dirigió la película del mismo
título con un guión extraído de la novela de John Buchan. Desde entonces, la intriga que
genera la trama ha dado lugar a sucesivas versiones escénicas del argumento que
protagoniza Richard Hannay, un presunto asesino que va a ser perseguido a lo
largo y a lo ancho de la Gran Bretaña.
La introducción del espectáculo por dos
vendedores de chucherías, desfilando por el pasillo central del Teatro Principal hasta alcanzar el escenario, es toda una declaración de intenciones. Va a
tratarse de una comedia exótica en la que se combinan lo grotesco, la farsa, el
nonsense, el surrealismo y el oportunismo simbólico o localista. Hay que asumir
este planteamiento para entender el desarrollo de la trama.
La persecución del protagonista,
a partir del apartamento donde se ha refugiado con una señorita, fugados ambos
del local en el que se ha producido el delito, da opción a tres de los
intérpretes –todos salvo el joven Richard– a metamorfosear sus personalidades
para dar vida a los numerosos sujetos, de uno y otro sexo, que dan cuerpo a la
trama.
Se suceden escenas dominadas
por el caos, la parodia, la contradicción y las alusiones desenfrenadas,
creando un ambiente próximo al desatino controlado del que han hecho bandera
algunos movimientos esotéricos. Pero en ‘69 escalones’ no hay ninguna
búsqueda del sentido profundo de la existencia, sino una intención de divertir
que no trasciende el momento ni pretende otros resultados.
Ese propósito se cumple con
eficacia, como demuestran las continuas carcajadas de gran parte de los
asistentes. Hay alusiones territoriales oportunamente dosificadas, como las
relativas al jamón de Teruel, a la plaza del Pilar o a determinados municipios
aragoneses.
Uno de los elementos más
consistentes es la banda sonora, que recurre a pasajes sinfónicos propios de
obras dramáticas, lo cual no deja de ser una paradoja porque la trama, incluso
en sus momentos más tensos, se sustenta en una ambivalencia tragicómica
de gran efecto.
Francisco
Javier Aguirre
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