lunes, 7 de julio de 2025

 

39 ESCALONES. Crónica teatral

Hace 90 años que Alfred Hitchcock dirigió la película del mismo título con un guión extraído de la novela de John Buchan. Desde entonces, la intriga que genera la trama ha dado lugar a sucesivas versiones escénicas del argumento que protagoniza Richard Hannay, un presunto asesino que va a ser perseguido a lo largo y a lo ancho de la Gran Bretaña.

La introducción del espectáculo por dos vendedores de chucherías, desfilando por el pasillo central del Teatro Principal hasta alcanzar el escenario, es toda una declaración de intenciones. Va a tratarse de una comedia exótica en la que se combinan lo grotesco, la farsa, el nonsense, el surrealismo y el oportunismo simbólico o localista. Hay que asumir este planteamiento para entender el desarrollo de la trama.

La persecución del protagonista, a partir del apartamento donde se ha refugiado con una señorita, fugados ambos del local en el que se ha producido el delito, da opción a tres de los intérpretes –todos salvo el joven Richard– a metamorfosear sus personalidades para dar vida a los numerosos sujetos, de uno y otro sexo, que dan cuerpo a la trama. 

Se suceden escenas dominadas por el caos, la parodia, la contradicción y las alusiones desenfrenadas, creando un ambiente próximo al desatino controlado del que han hecho bandera algunos movimientos esotéricos. Pero en ‘69 escalones’ no hay ninguna búsqueda del sentido profundo de la existencia, sino una intención de divertir que no trasciende el momento ni pretende otros resultados.

Ese propósito se cumple con eficacia, como demuestran las continuas carcajadas de gran parte de los asistentes. Hay alusiones territoriales oportunamente dosificadas, como las relativas al jamón de Teruel, a la plaza del Pilar o a determinados municipios aragoneses. 

Uno de los elementos más consistentes es la banda sonora, que recurre a pasajes sinfónicos propios de obras dramáticas, lo cual no deja de ser una paradoja porque la trama, incluso en sus momentos más tensos, se sustenta en una ambivalencia  tragicómica de gran efecto.

Francisco Javier Aguirre

 

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