martes, 15 de junio de 2021

 

PUNTAPIÉ

 

Nací diestro de pies y manos. Parece que somos mayoría los que venimos así al mundo. Sin embargo, el corazón lo tenía a la izquierda. Llegada la edad, supe que eso también era lo normal. Lo contrario lo llaman situs inversus, una descripción que tiene la solemnidad del latín.

De niño me aficioné al fútbol y escalé grados en el club de mi tierra. Partido a partido, me fui ganando la confianza de los directivos. De benjamines pasé a alevines, cuando crecí fui cadete y luego juvenil. Del juvenil di el salto al filial, y del filial acabé con ficha en el profesional. Siempre estuve en la reserva, porque mi rendimiento como delantero era medianejo, que en lenguaje bravo quiere decir mediocre.

Cuando de nuevo me llegó la edad, pasé a los veteranos. Seguía en la órbita del club, como esos militares que están en la reserva por si se desata un conflicto mundial y tienen que volver a tomar las armas. Yo estaba dispuesto a todo, y se me presentó la ocasión al lesionarse los tres extremos izquierdos de la primera plantilla.

Un día me convocó el entrenador, aunque de entrada ocupé plaza en el banquillo. Para fortuna mía y desgracia del equipo, también se lesionó el carrilero izquierdo, que pertenecía igualmente al grupo de los veteranos, y el míster me llamó para sustituirlo. Apresuradamente me despojé del chándal, en enfundé la camiseta y salté al césped.

Lo hice con un enorme sentido de la responsabilidad. Aquel era un partido importante, una eliminatoria que nos haría ascender de categoría. Yo nunca había metido un gol, lo que explica mi situación en la reserva desde que pasé al primer equipo. El lance estaba a punto de terminar con un empate a cero, que daría lugar a la impredecible tanda de penaltis.

Medio minuto antes de que el árbitro señalara el final de la segunda prórroga, me llegó un balón por la izquierda y chuté con enorme furia hacia la meta contraria. Fui el primer sorprendido de que aquello fuera gol. Tal vez el primero y último de mi carrera deportiva, pero en cualquier caso crucial. Sonaron gritos victoriosos, pero el más rotundo fue el alarido de mi mujer al propinarle un tremendo puntapié, porque duermo a su derecha y esa era la pierna que tenía libre.

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