jueves, 26 de enero de 2023

LA CASA DE BERNARDA ALBA. Crónica Teatral

 

LA CASA DE BERNARDA ALBA.  Crónica  Teatral


Por mucho pan, nunca mal año, dice el proverbio. La obra de García Lorca es siempre mucho pan, pero nunca satura. Cada vez que uno vuelve a un poemario suyo, o a una de sus obras dramáticas, encuentra nuevos perfiles, nuevas perspectivas, nuevas sugerencias, nuevos puntos de reflexión. En este caso se trata de ‘La casa de Bernarda Alba’ que El Tejo Producciones, empresa dedicada a fusionar la producción audiovisual y las artes escénicas, procedente de Cantabria, ha ofrecido en el zaragozano Teatro de las Esquinas, en única sesión, el miércoles 25 de enero, bajo la dirección de Anabel Díez.

Desde su estreno mundial, ocurrido casi simultáneamente en Buenos Aires y París en 1945, y tras el habido en España en 1950, se han sucedido más de una docena de representaciones de la obra en nuestro país y otras tantas en el extranjero, en diferentes lenguas, lo que da idea de la trascendencia de este drama. También existen al menos cuatro películas inspiradas en él.

García Lorca es interminable. Y la pieza escrita en 1936 es de una modernidad aplastante, a pesar de su trasfondo costumbrista. Las cinco hijas de Bernarda,  ella misma, su madre demenciada y la sirvienta componen un cuadro social y emocional de alto voltaje que moviliza temas eternos. Aunque no aparezca en escena, todo lo inunda una figura masculina, Pepe el Romano, simbolizado, en la versión de El Tejo, por un fogoso caballo que aparece en varias escenas visuales. Porque uno de los aciertos del montaje consiste en haber acertado con la simbiosis entre la presencia física de las actrices y la imagen grabada, que mediada la representación sustituye incluso una de las escenas, la de la comida familiar.

La función fue particularmente interesante tanto por el uso de esas técnicas como por el esquematismo escénico, reducido a las cuatro sillas que llenan un espacio vacío, representación simbólica del rigor vital que Bernarda impone a sus cinco hijas: un luto de ocho años tras la muerte de su segundo marido, que únicamente será interrumpido por la anunciada boda de la hija mayor, Angustias, con Pepe el Romano, personaje clave en el conflicto.

La imagen del caballo personificando al varón es un acierto del montaje, lo mismo que el inicio y el final del drama que retratan en la pantalla los entierros del marido de Bernarda y de su hija menor, tras haberse ahorcado al creer muerto a su amante, una imagen muy bien lograda visualmente.

Hay una leve banda sonora compuesta por tañidos de campana y rumor de jadeos pasionales en el patio de la casa, amparados por la nocturnidad, que culminan con el enfrentamiento entre las hermanas, sobre todo entre la mayor, Angustias, destinada a casarse con Pepe el Romano, por simple interés, y la menor, Adela, loca por él.

El papel de Bernarda, interpretado por Pilar García Solar, sobresale sobre el resto, que se desenvuelve en un plano actoral más plano, salvadas las dos apariciones de la abuela que ponen un punto de jolgorio y distensión en medio del drama permanente. La figura del hombre como supuesto dominador a todos los efectos, desde la paternidad hasta el matrimonio, es una de las constantes en la obra, que refleja una situación mantenida a lo largo de los siglos, aunque en la actualidad se hayan dado algunos pasos a favor de la liberación de la mujer. Incluso de quienes son como Bernarda, prisionera de sus propios demonios. Aunque considerando el asunto en toda su profundidad, podamos decir que es más el ruido que las nueces.

Francisco Javier Aguirre

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