lunes, 20 de febrero de 2023

EL VIEJO Y EL MAR. Crónica Teatral

 

EL VIEJO Y EL MAR. Crónica Teatral

Los cuatro sesiones que la compañía Teatro Che Y Moche ofreció el año pasado en el Teatro Principal, poniendo sobre el escenario la adaptación de Alfonso Plou de la novela de Hemingway ‘El viejo y el mar’, no fueron suficientes para satisfacer la demanda de los aficionados que por razones varias no alcanzaron a disfrutarlas.

Por ello el Teatro de Las Esquinas ha repuesto el pasado domingo, día 19, la obra con los mismos intérpretes y la misma escenografía. Una atinada simbiosis de los elementos clásicos y de los recursos videográficos da como resultado la puesta en escena de una obra inmortal, tanto por su argumento de fondo como por la fórmula literaria y simbólica resultante de la adaptación de Plou. 

Más allá de la simple anécdota de la lucha del hombre contra el gran pez, aparecen elementos que consolidan valores como la autoconciencia (Santiago hablando con su propia mano herida), la vida más allá de la apariencia (las figuraciones nocturnas compartidas con Manolín), la adaptación a las circunstancias inesperadas, el esfuerzo como valor creativo, la amistad consolidada a través del ejemplo y de los diálogos tejidos con una lírica plena y trascendente, el relevo generacional sereno y voluntario, así como la búsqueda de un sentido a la propia vida, sin que tenga que sustentarse en hazañas memorables o hechos extraordinarios.

Todo ello se deduce de esta nueva aportación del Teatro Che Y Moche en el que de nuevo Joaquín Murillo y Elisa Forcano, bajo la dirección de Marian Pueo, han consolidado valores más allá del simple hecho dramático.

Por señalar una mínima deficiencia entre los muchos aciertos del montaje –tal vez derivada de la falta de espacio de la caja escénica, en cuanto a su profundidad–, se mantuvo durante toda la representación la sombra inmóvil del mástil de la barca proyectada sobre el paisaje de un océano cambiante. Tal vez una modificación en el esquema de los focos luminosos hubiera evitado ese efecto, que en nada empañó la interpretación de los actores, con un  Joaquín Murillo en plenitud de identificación con un viejo, pero grandioso, lobo de mar, y una Elisa Forcano representando la infancia laboriosa y comprometida con la amistad. No hay una moraleja explícita en esta versión de una obra inmortal por su valor literario, pero sí está implícita a poco que se profundice en ella.

Francisco Javier Aguirre

 

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