Disonancias, 6.
CRIADAS Y SEÑORAS
Todavía calienta las pantallas de los cines, y se
supone que también seguirá el mismo rumbo en las de los televisores, la
película de Tate Taylor que lleva ese título. La novela de Kathryn Stockett que
le ha dado argumento pretende alcanzar la categoría de ‘libro del año’, una
iniciativa de la editorial que seguramente imitarán más de diez e incluso más
de veinte, de la misma forma que al cabo de la temporada futbolística se
celebran en los diversos campeonatos nacionales, continentales y mundiales un
montón de ‘partidos del siglo’.
Dejando de lado estas magnitudes y las coincidencias
de título y enfoque, la problemática actual de las criadas y las señoras está
en pleno candelero, o candelabro, según versiones. La reciente disposición legislativa
según la cual todas las empleadas del hogar han de estar inscritas en la
seguridad social para recibir los beneficios correspondientes, ha movilizado a
las señoras en relación con las criadas. Claro que ya no se denominan así, por
ser fórmula anticuada, obsoleta y de tinte caciquil, aunque las mujeres
aludidas –son mucho mayor en número que los hombres– sigan desempeñando las
mismas funciones. Vivimos en un mundo de denominaciones fluidas, a veces
eufemísticas, sin que varíen sustancialmente los contenidos y las tareas de lo
que se menciona.
El caso es que las empleadas del hogar tienen los
mismos derechos que el resto de los trabajadores por cuenta ajena; también las
mismas obligaciones, que hasta ahora han cumplido a rajatabla y de manera
inmisericorde porque de otro modo hubieran sido puestas ‘de patitas en la
calle’, utilizando un término nada eufemístico pero altamente descriptivo.
Hasta aquí, muy bien. Lo que se plantea ahora es la
situación de muchas mujeres –y sin duda también de algunos hombres– que
teóricamente han funcionado como señoras cuando en la práctica han estado desempeñando
tareas de criadas toda su vida. Los cambios sociales y económicos habidos en la
segunda mitad del siglo XX han determinado el acceso mayoritario de la mujer a
funciones laborales fuera de su hogar, lo cual ha significado un avance para el
colectivo femenino. Ello ha propiciado mayores cuotas de igualdad entre las
personas con independencia de su sexo, elemento básico para la convivencia
social que viene avalado por la constitución de cualquier país civilizado. La
salida de la mujer casada, o del ama de casa –alguna conexión etimológica
existe entre ambos términos–, a realizar tareas por cuenta ajena fuera de su
domicilio, ha propiciado que otras personas, normalmente mujeres, hayan tenido
que desempeñar los trabajos domésticos. Su situación laboral tiende a
normalizarse en nuestro país, pero entonces surge la cuestión: ¿qué ocurre con
las señoras que al mismo tiempo son criadas?
Las amas de casa tradicionales han estado trabajando
por cuenta ajena sin salir de su vivienda. Han atendido las mismas funciones
que las actuales empleadas del hogar. Lo han hecho denodadamente, sin reparar
en horarios ni en incomodidades. Han servido a sus maridos o parejas, a sus
hijos en caso de haberlos, a sus padres en caso de acogerlos, a parientes en
tránsito o descolocados… han estado realizando un trabajo muchas veces ingrato
y poco reconocido sin tener la posibilidad de recibir alguna compensación en
caso de enfermedad o accidente. Cuando la edad impone su ley y las tareas
domésticas se van haciendo cada vez más duras hasta llegar a ser imposibles,
estas señoras-criadas se tropiezan con un desamparo definitivo, al albur de lo
que los maridos, o sus parejas –en algunas ocasiones los hijos o los parientes –
puedan proporcionarles.
Si hemos asistido y aceptado el cambio social que ha
facilitado a la mujer salir de su encierro doméstico para obtener ventajas
laborales a la hora de la jubilación, convendría ir articulando un sistema de
protección social y de pensiones para las señoras que han dedicado su vida al
trabajo doméstico y que en ocasiones –considérese la cuantía de muchas
pensiones de viudedad– alcanzan el final de sus días en condiciones miserables.
La ley tiene una obligación con ellas, una asignatura pendiente que debe ser
estudiada y aprobada cuanto antes.
Francisco
Javier Aguirre
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