Disonancias,
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IMAGEN SOBRE ZAPATOS
He visto esta tarde en una zapatería el anuncio y la
muestra concreta de unos modelos de zapatos ‘para parecer más alt@’. A mí me
hubiera parecido mejor que pusiera ‘alto y alta’, porque la @ no acaba de
configurarse como un género y ya estamos acostumbrados a lo de ‘vascos y
vascas’ que nos inoculó en el cogote el antiguo lehendakari Ibarretxe.
Esta temporada –que empezó a mediados del siglo pasado
cuando se popularizó el pelargón– se lleva la gente alta. Las personas bajitas
y con esmero no tienen mucho futuro porque en medio de la manada sólo destacan
los altos y las altas. Hasta tal punto que ha calado la cuestión entre la
gente, y algunos expertos estiman que la caída en desgracia de Sarkozy y su
salida del Elíseo obedeció en parte a su baja estatura. Hay curiosas
fotografías –curiosas y ridículas al
mismo tiempo– con el ex presidente francés subido a un alzapies tras el atril
de pronunciar discursos. La estrategia también ha sido utilizada por otros
mandamases y mandatarios –éstos, meros acólitos de aquéllos– a quienes natura
no dotó de longitud suficiente.
Sin embargo, la excesiva altura tiene sus riesgos. Hay
gente de elevado porte que no destaca por su inteligencia, tal vez por motivos
circulatorios. En el acervo popular ha quedado registrado el caso de un hombre
tan alto, tan alto, que no le llegaba la sangre a los pies. También se cuenta
la tragedia de un individuo altísimo que hubo de cortarse un trozo de las
piernas porque no cabía por la puerta de la casa que había comprado y el
notario se negaba a escriturar la operación.
Esta misma tarde he podido observar cómo una mujer
longilínea atraía muchas miradas masculinas y algunas femeninas, a pesar de que
era un cardo setero a juzgar por sus ademanes altivos y sus movimientos
desacompasados. En cambio una armoniosa chaparrita de origen indígena y
rezumante boca, apenas atraía la atención de nadie. No está de moda la anchura,
sino la altura. Nadie quiere utilizar ahora el lecho de Procusto. Cuenta la
leyenda que este posadero de Eleusis, en la Grecia antigua, sometía a sus
huéspedes a una curiosa operación: les obligaba a acostarse en una cama de
hierro, y si el huésped era bajito, le estiraba las piernas hasta que se
ajustaran exactamente al catre. También parece que si se trataba de un
individuo excesivamente alto, le serraba los pies que sobresalían de la cama
para evitarse la competencia, ya que él lucía una gran dimensión por todas sus partes.
Puedo confesar y confieso que esta tarde no me he
comprado los zapatos de pega. Creo que la altura física tiene muchos
inconvenientes –le fichan o le dan a uno en las manifestaciones, cuando el
tiroteo, por ejemplo– y no es señal de nada fundamental. Un amiguete bajito lo
tenía tan claro que cuando le fueron bien las cosas y quiso demostrar públicamente
que era un triunfador, no se compró zapatos ‘de crecer’, sino que se dedicó a
comer y comer y comer porque de esa manera estaba seguro de que todo el mundo
comprendería que pasar de la clase media baja a la clase media ancha es señal
inequívoca de prosperidad.
Francisco
Javier Aguirre
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