Disonancias, 5.
PEDERASTIA Y CELIBATO.
La reciente toma de postura de la Iglesia católica,
apostólica y romana sobre la pederastia ejercida por individuos del clero y de
las órdenes religiosas bajo su jurisdicción, comienza a ser un alivio. Es
cierto que no todos los pederastas están vinculados a la Iglesia, como tampoco
todos los curas, frailes y monjas son pederastas, pero cuando este abuso lo
ejercen personas con el voto de castidad que supone el celibato, la situación
parece complicarse. No sólo están cometiendo un delito que atenta contra los
derechos humanos, sino que están incumpliendo un compromiso sagrado que
adquirieron libremente siendo adultos. La gravedad del caso es mayor por esta
razón.
Ignoro si en otras confesiones religiosas cuyos
clérigos, personas consagradas o similares no están sujetos al voto de castidad
–como ocurre entre los protestantes o los anglicanos– se dan proporcionalmente
los mismos casos de pederastia. Una deducción lógica dice que no; de hecho, los
medios de comunicación no trasladan noticias que tengan que ver con jerarquías
o individuos que incurran en este delito y profesen un cristianismo no
católico, o una religión que no imponga a sus ministros o miembros consagrados
el celibato.
Voy a permitirme una cita personal: próximamente voy a
publicar una novela titulada ‘Desertores de Dios’, que se desarrolla en el
interior de un convento durante la segunda mitad del siglo XX. En ella se alude
al tema de la pederastia dentro de los conventos e internados de frailes,
aunque no sea el eje central de la trama. Hace muy pocos días envié información
de este libro a un colega de la adolescencia, incluyéndole un párrafo relativo
a uno de los sacerdotes que ambos conocimos en un noviciado religioso. Eran los
años 60 del pasado siglo, pero pudieran haber sido los 50, los 70, o cualquiera
otra década. El amigo me respondió de una manera contundente, incorporando al
párrafo que yo le había enviado la palabra ‘pederasta’ como calificativo de dicho
sacerdote. Fuera de texto, me confesó que el implicado ya le había hecho
víctima de abusos sexuales siendo monaguillo, a sus 10 años, y continuó con esa
marcha en fechas posteriores.
Personalmente
no puedo decir nada del aludido, bajo cuya jurisdicción estuve teniendo 15 años,
no antes. Pero en el libro al que me refiero sí hago referencia, con nombre
supuesto, a otro fraile del que me constan los abusos en este sentido. Tanto el
uno como el otro han fallecido ya, pero si rastreáramos a fondo la memoria de
tantos hombres y mujeres como pasamos por internados y seminarios religiosos en
la segunda mitad del siglo XX, nos encontraríamos con numerosos testimonios
acusatorios. En la mayoría de los casos se han mantenido en silencio porque no
había un camino fácil para la denuncia, e incluso significaba un desdoro para la
víctima.
Volviendo al tema en su formulación general, tal vez
fuera ya la hora de que la jerarquía de la Iglesia católica, apostólica y
romana se planteara la no obligatoriedad del celibato para los sacerdotes ni la
del voto de castidad para quienes desean llevar una vida profundamente
religiosa. El sexo puede ser una frivolidad, una locura o algo sublime, según
se ejerza. Admito que esa renuncia pueda tener sentido para ciertas personas en
su búsqueda de la trascendencia espiritual, pero en cualquier caso debe
plantearse como una opción voluntaria, no discriminatoria, y compatible con el
desarrollo profundo de una vida religiosa en su sentido más amplio. Es fácil
que, a pesar del avance del laicismo en los tiempos que vivimos, hubiera más personas
dedicadas a promover los valores espirituales entre la gente común.
Francisco
Javier Aguirre
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