Para
El Librepensador.
Disonancias, 10
¿ES
EL ENEMIGO?
En
el reciente homenaje televisivo al humorista Miguel Gila, volvió a mostrarse el
tan conocido sketch ‘¿Es el enemigo?’ en el que parodia una hipotética escaramuza
bélica de tiempos pasados. Si viviera hoy este maestro del humor, su llamada
telefónica no iría dirigida a las líneas de combate contrarias, sino a otros
destinatarios.
Durante
los pasados siglos, el enemigo era alguien visible, al menos en primer término,
porque los verdaderos promotores de los conflictos bélicos nunca estaban al
alcance de las espadas, de las lanzas o de los proyectiles. Las víctimas
cruentas de la situación eran los profesionales y los mercenarios de los
ejércitos –cuando no la población civil– que inmolaban su vida en aras de
principios tan difusos como la patria, la bandera, la monarquía reinante u otro
poder establecido, la confesión religiosa, etc. Es una obviedad recordar que
los verdaderos intereses eran de carácter económico y no estaban al alcance de
la pobre gente que en general no era consciente de su manipulación, ni siquiera
en las instancias medias del mando militar.
Tras
la denominada Segunda Guerra Mundial, las armas y la estrategia han ido
variando. Continúa la sangría insensata que supone el gasto militar en casi
todos los países del mundo (no me consta otra abolición oficial del ejército de
un país salvo la ocurrida en la República de Costa Rica el 1 de diciembre de
1948), con el argumento de que son armas para la defensa, no para el ataque. Largas
controversias sigue y seguirá provocando el tema, pero hay que admitir que,
dado el primitivismo sustancial de la especie humana, los ejércitos
convencionales son inevitables.
Y
al parecer también son inevitables los ejércitos sofisticados y altamente
tecnificados que funcionan con armamento no convencional. Las guerras son las
mismas, las víctimas inmediatas son las mismas, los promotores son los mismos,
los objetivos no han variado; los que sí lo han hecho han sido los
procedimientos, los medios, las armas. La codicia, la ansiedad y el
desequilibrio interno de los poderosos se canalizan ahora a través de
individuos encasillados como oficiales o como tropa de un ejército provisto de
armamento virtual, de carácter económico-financiero, algo que no provoca heridas
sangrientas en el cuerpo (salvo excepciones: ya comentaré algún caso) sino en
la mente y en el espíritu, tanto individual como social. Y no me refiero a los
poderes gobernantes, sino a los poderes dominantes, de los cuales los
anteriores son simples lacayos con un perfil personal generalmente mediocre.
Los
presidentes de las grandes corporaciones industriales y financieras, los dueños
de los holdings, los consejeros delegados, sus rendidos acólitos, los brokers
despiadados, los aspirantes a puestos ejecutivos desde los que manipular
‘legalmente’ la economía y toda una caterva de individuos que difícilmente
merecen el calificativo de ‘humanos’
–tomado éste en su sentido profundo–, serían hoy los destinatarios de
las llamadas de Miguel Gila. Aunque, con toda seguridad, no se pondrían al teléfono.
Francisco
Javier Aguirre
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