Disonancias, 4.
DEL MEDIO AMBIENTE AL MIEDO AMBIENTE
La primera década del siglo XXI ha sido la del medio
ambiente; la segunda está siendo la del miedo ambiente.
El tema del medio ambiente, que ha caracterizado a la
primera década del siglo, puede resumirse diciendo que esta importantísima cuestión,
pendiente desde hace mucho tiempo, comenzó a consolidarse a finales del anterior,
concretamente en 1992, dentro de lo que se conoció como la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro.
El 11 de diciembre de 1997 los países industrializados
se comprometieron, en la ciudad de Kioto, a ejecutar un conjunto de medidas
para reducir los gases de efecto invernadero. Los gobiernos pactaron reducir en
al menos un 5% de promedio las emisiones contaminantes entre 2008 y 2012,
tomando como referencia los niveles de 1990. El acuerdo entró en vigor el 16 de
febrero de 2005, después de la ratificación por parte de Rusia el 18 de
noviembre de 2004. En noviembre de 2009, eran 187 estados los que habían
ratificado el protocolo.
Los Estados Unidos, el mayor emisor de gases de
invernadero mundial, no lo ha hecho al considerar que la aplicación del mismo
es ineficiente e injusta al involucrar sólo a los países industrializados y
excluir de las restricciones a algunos de los mayores emisores de gases en vías
de desarrollo (China e India en particular), lo cual consideran que
perjudicaría gravemente a su economía. Dejemos aquí el asunto y esperemos las
mediciones que se efectúen al finalizar este año, adelantando que las
predicciones no son muy optimistas.
Ahora vamos a considerar brevemente cómo la segunda
década en la que estamos viviendo está caracterizada por el miedo ambiente.
Todos tenemos miedo, los ricos y los pobres, los países desarrollados y los que
intentan seguir nuestra estela, quienes tienen trabajo y quienes están en paro,
los habitantes de los pueblos y los de las ciudades, los jóvenes y los viejos,
las mujeres y los hombres…
Tienen miedo –aunque quizá menos que otros colectivos–
los grandes financieros y especuladores porque sospechan que en algún momento
se les va a ir de las manos el timón del barco que navega según un rumbo
preestablecido hacia sus intereses económicos, sean lícitos o ilícitos.
Tienen miedo los empresarios, grandes y pequeños, de
que la situación crítica que atraviesa el mundo occidental, sobre todo la Unión Europea, conduzca al cierre de sus negocios, fenómeno que
lamentablemente se da con mayor frecuencia cada vez y del que tenemos noticia
por las informaciones diarias.
Tienen miedo los trabajadores con empleo porque ven
peligrar su puesto cuando depende de una empresa privada, y tienen miedo los
funcionarios de la administración pública porque el deterioro de sus
percepciones es evidente y porque además se está azuzando a la opinión general
en contra de ellos.
Tienen miedo los parados porque la situación de
desempleo creciente no induce a la esperanza, sino todo lo contrario. Y no
solamente ocurre en España, donde el problema parece insoluble a corto y medio
plazo, sino también en otros países de nuestra órbita.
Tienen miedo los jóvenes porque no ven horizonte a sus
esfuerzos de preparación profesional; los más decididos –que en muchas
ocasiones coinciden con los más preparados– buscan fuera de nuestras fronteras
alguna posibilidad, aunque haya que superar obstáculos con los que no contaban.
Tienen miedo las gentes de edad madura porque saben
que una eventual pérdida de su trabajo conducirá al hundimiento de su estatus
social y económico, dada la dificultad de encontrar un puesto a partir de los
50 años, e incluso antes.
Tienen miedo los comerciantes porque ha disminuido el
nivel del consumo y la caída de las ventas parece no tener fin. Quienes
trabajan con materias de primera necesidad (básicamente la alimentación) temen
tener que bajar la calidad de sus productos, lo que redundará en nuevos
perjuicios, incluso para la salud.
Tienen miedo muchos profesionales libres y muchos trabajadores
del sector servicios –por ejemplo los taxistas– porque la clientela es cada vez
menor, salvo en las situaciones donde se juega con la salud y en segundo
término con el dinero. No obstante, médicos y abogados, sin ir más lejos,
también tienen miedo de que su estatus decaiga al disminuir los recursos
económicos de sus pacientes y clientes.
El listado podría prolongarse indefinidamente, pero no
conviene dejarse dominar por el derrotismo, porque una sociedad miedosa es
fácilmente manipulable. Sí conviene estar alerta y ojo avizor porque todos estos
oleajes sociales y económicos que nos zarandean pueden ser utilizados
impunemente por pescadores a río revuelto, estén asentados en la política o en
las altas finanzas, que en muchas ocasiones parecen contar con vasos
comunicantes.
Francisco
Javier Aguirre
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