Disonancias, 7.
PEATONES Y CICLISTAS
Tengo coche. Lo uso cuando es necesario, tras
aquilatar la ocasión. Siempre que es posible utilizó los transportes
colectivos, tanto urbanos como interurbanos. Por economía, por comodidad, por
coherencia y por respeto al medio ambiente.
Tengo bicicleta. La uso poco porque en la ciudad me
desplazo andando o en autobús cuando el tiempo no es propicio para pedalear y
corre uno el riesgo de ser arrastrado por el cierzo hasta latitudes infinitas
que suelen terminar en el suelo. Estamos hablando de Zaragoza.
Cuando salgo con la bicicleta utilizo los carriles
adecuados o la calzada. No me gusta transitar por las aceras. Si soy peatón, me
disgusta tener que sortear a los ciclistas. La normativa municipal que permite
el uso de aceras de más de 4 m de altura anchura, prescribe igualmente que la
velocidad de tránsito ha de ser como máximo el doble de la del paso de una
persona adulta, 10 km/h. Ningún ciclista la cumple y en muchas ocasiones ponen
en riesgo tanto a sus personas como a los peatones que indudablemente tiene la
prioridad.
Hace muy pocos días se ha desatado en esta urbe –anteriormente
ocurrió en otras ciudades, por ejemplo en Sevilla–una polémica al respecto. El
tribunal superior de justicia de Aragón decretó el 28 febrero la nulidad de las
disposiciones municipales que permitían la utilización de las aceras por los
ciclistas. El ayuntamiento ha decidido contravenir el reglamento de circulación
que rige en todo el Estado, y piensa elevar su reclamación al tribunal supremo.
Veremos en qué queda la trifulca legal.
Lo que me parece claro como peatón y como ciclista
urbano –dejé el cicloturismo hace algunos años, tras el grave accidente mortal
de unos colegas del que fui testigo– es que las bicicletas son para la calzada.
Bien sea por los itinerarios periféricos de los barrios nuevos o por las
avenidas amplias de la ciudad donde está trazado el carril bici, como en las
zonas del casco antiguo donde no es posible establecerlo, las bicicletas tienen
su rumbo definido. Las ventajas de este proceder son para todos, incluidos los
propios ciclistas.
Hay quien aboga por la seguridad, pero la
consideración global determina que es mayor la seguridad de las calzadas
preparadas para el rodaje de cualquier vehículo. Los peatones estarán más
seguros sin ciclistas por las aceras. Y llega el punto filipino: ¿qué ocurre
con los automovilistas? ¿No son los ciclistas un obstáculo para la circulación?
Pues no. Son un beneficio. Si la calle es de todos –dicho sin sentido político
partidista– habrá que compartir la calzada entre todos los vehículos rodantes.
Evidentemente los automovilistas tendrán que aumentar su atención y respetar el
tránsito de los ciclistas. Igualmente, en muchos casos, habrán de disminuir su
velocidad, lo cual redundará en mayor seguridad para ellos mismos, para los
peatones que cruzan indebidamente la calzada por lugares no señalados (los
pasos de cebra) y evidentemente también para los ciclistas, que no correrán el
riesgo de verse embestidos, amenazados o arrinconados por la prepotencia de
algunos automovilistas.
De modo que doy mi voto particular, como automovilista,
peatón y ciclista, a la disposición general antes aludida y rechazo la
normativa municipal de Zaragoza, y de cuantas ciudades autorizan el tránsito de
las bicicletas por las aceras, no sólo por contravenir normas superiores, sino
por oponerse a la lógica y a la convivencia.
Francisco
Javier Aguirre
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