Disonancias,
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ÍDOLOS POR LOS SUELOS
Tal vez sea su condición: caer del pedestal. Están
demasiado a la vista y directamente expuestos a los vendavales de la vida.
Despiertan admiración, a veces boba y catatónica, pero también envidia y
malquerencia. No hay muchos ídolos perdurables. Fácilmente muestran su
fragilidad y pierden el favor del público.
Hay ídolos efímeros por su propia naturaleza, como los
artísticos y los deportivos. En cuanto los primeros dejan de aparecer en los
medios, son rápidamente olvidados y sustituidos. El público idolátrico es
voluble, propenso a la novedad, conceptualmente débil y emocionalmente infiel.
Si se trata de los deportistas, en individual o en equipo, su estima dependerá
de los resultados, no del esfuerzo para conseguirlos.
Los ejemplos se multiplican en ambos casos. Cada cual
puede activar su memoria y elaborar largas listas de ídolos caídos a lo largo
de los años. Es lamentable el olvido, aunque natural; lo verdaderamente trágico
es el desplome del ídolo desde su pleno pedestal cuando se le descubren de
repente fallos, trampas, mentiras o contradicciones difíciles de justificar.
Reconozco que
no soy muy dado a las idolatrías de ningún género. Admiro el esfuerzo
más que los resultados, cuando lo primero es perceptible. Pero no apuesto en
firme por nadie encumbrado por razones tan simples como haber ganado una
carrera o un torneo. Están ahí, al viento del análisis, al albur de las
circunstancias. A poco que se hurgue en su trayectoria, no será difícil
encontrarles resquicios feos, puntos oscuros.
Aterrizaré. En los últimos tiempos me han confirmado
su caída del pedestal cuatro deportistas de renombre: tres ciclistas y un
tenista (o cuatro deportistos de postín: tres ciclistos y un tenisto, si atendemos
a las furibundias que abogan por eliminar el machismo del lenguaje). El primero
en caérseme fue Indurain, incluso antes de que la prensa y los aficionados
elevaran su podio a la dimensión de altar. En las hemerotecas figuran sus
declaraciones tras los primeros triunfos rechazando ideas como la de ‘representar a España’, afirmando que pasaba
de eso; la cosa olía a tufillo con trasfondo político. Alguien debió advertirle
de que así no llegaría a convertirse en un ídolo nacional, y no volvió a
mencionar el tema. Lástima convertir en categoría la anécdota del sitio donde
uno nace. ¿Sería distinto el personaje de haber nacido mil kilómetros al norte
o al sur, al este o al oeste?
El segundo y el tercer desplomes, casi a la par, han
sido Armstrong y Contador, de la misma profesión, en el candelero por la
sospecha de dopaje. A pesar de la precautoria máxima ‘in dubio pro reo’,
su imagen ha quedado dudosa para
siempre. Ya hay periodistas intoxicadores que andan repartiendo entre los
segundones los Tours que ellos ganaron.
La última caída le ha tocado a Nadal. No cabe duda de
que es un buen chico, de que se esfuerza, de que controla sus impulsos, de que
no rompe raquetas contra el suelo, etc. Está bien dirigido, bien aconsejado.
Menos en el tema de los relojes. Si es cierto, como dicen, que le robaron un
cuentatiempo de 300.000 euros, mi idolatría es imposible. ¿300.000 euros en
este mundo, en estos años, por mucho dinero que uno gane en un torneo? Tema
largo para el debate.
Por mi parte confieso la decepción. Creo que le
hubiera bastado con algo menos, que hubiera llegado igualmente puntual a los
entrenamientos y a las pistas consultando en su muñeca un reloj de… pongamos 290.000
euros.
Francisco Javier Aguirre
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