miércoles, 2 de enero de 2013

Ídolos por los suelos




Disonancias, 11

ÍDOLOS POR LOS SUELOS

Tal vez sea su condición: caer del pedestal. Están demasiado a la vista y directamente expuestos a los vendavales de la vida. Despiertan admiración, a veces boba y catatónica, pero también envidia y malquerencia. No hay muchos ídolos perdurables. Fácilmente muestran su fragilidad y pierden el favor del público.
Hay ídolos efímeros por su propia naturaleza, como los artísticos y los deportivos. En cuanto los primeros dejan de aparecer en los medios, son rápidamente olvidados y sustituidos. El público idolátrico es voluble, propenso a la novedad, conceptualmente débil y emocionalmente infiel. Si se trata de los deportistas, en individual o en equipo, su estima dependerá de los resultados, no del esfuerzo para conseguirlos.
Los ejemplos se multiplican en ambos casos. Cada cual puede activar su memoria y elaborar largas listas de ídolos caídos a lo largo de los años. Es lamentable el olvido, aunque natural; lo verdaderamente trágico es el desplome del ídolo desde su pleno pedestal cuando se le descubren de repente fallos, trampas, mentiras o contradicciones difíciles de justificar.
Reconozco que  no soy muy dado a las idolatrías de ningún género. Admiro el esfuerzo más que los resultados, cuando lo primero es perceptible. Pero no apuesto en firme por nadie encumbrado por razones tan simples como haber ganado una carrera o un torneo. Están ahí, al viento del análisis, al albur de las circunstancias. A poco que se hurgue en su trayectoria, no será difícil encontrarles resquicios feos, puntos oscuros.
Aterrizaré. En los últimos tiempos me han confirmado su caída del pedestal cuatro deportistas de renombre: tres ciclistas y un tenista (o cuatro deportistos de postín: tres ciclistos y un tenisto, si atendemos a las furibundias que abogan por eliminar el machismo del lenguaje). El primero en caérseme fue Indurain, incluso antes de que la prensa y los aficionados elevaran su podio a la dimensión de altar. En las hemerotecas figuran sus declaraciones tras los primeros triunfos rechazando ideas como la de  ‘representar a España’, afirmando que pasaba de eso; la cosa olía a tufillo con trasfondo político. Alguien debió advertirle de que así no llegaría a convertirse en un ídolo nacional, y no volvió a mencionar el tema. Lástima convertir en categoría la anécdota del sitio donde uno nace. ¿Sería distinto el personaje de haber nacido mil kilómetros al norte o al sur, al este o al oeste?
El segundo y el tercer desplomes, casi a la par, han sido Armstrong y Contador, de la misma profesión, en el candelero por la sospecha de dopaje. A pesar de la precautoria máxima ‘in dubio pro reo’, su  imagen ha quedado dudosa para siempre. Ya hay periodistas intoxicadores que andan repartiendo entre los segundones los Tours que ellos ganaron.
La última caída le ha tocado a Nadal. No cabe duda de que es un buen chico, de que se esfuerza, de que controla sus impulsos, de que no rompe raquetas contra el suelo, etc. Está bien dirigido, bien aconsejado. Menos en el tema de los relojes. Si es cierto, como dicen, que le robaron un cuentatiempo de 300.000 euros, mi idolatría es imposible. ¿300.000 euros en este mundo, en estos años, por mucho dinero que uno gane en un torneo? Tema largo para el debate.
Por mi parte confieso la decepción. Creo que le hubiera bastado con algo menos, que hubiera llegado igualmente puntual a los entrenamientos y a las pistas consultando en su muñeca un reloj de… pongamos 290.000 euros.

Francisco Javier Aguirre

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